Por Carlos Ávila Villamar
En el último poemario de José Kozer, Verdad de la materia (Ediciones La Rana), hay un poema con el extenso y descriptivo título “Despedida de Yuan Er de Wang Lei reescrita por Pound (una recreación)”. El poema cumple su promesa: recrea cómo Ezra Pound habría podido reescribir unos versos de Wang Lei, poeta y cortesano de la Dinastía Ming. No he podido encontrar ninguna traducción al español del poema de Wang Wei, solo varias en inglés, de cuyo arbitraje me atrevería a sintetizar la siguiente: “En Weicheng el polvo ha sido humedecido por la lluvia del alba; / la casa de huéspedes es verde, del color de los sauces jóvenes. / Beba otro vaso de vino, señor; / pues al oeste del Paso Yango ya no habrá viejos amigos”. La versión apócrifa de Pound (es decir, la de Kozer) es más larga, y en ella ocurre un curioso movimiento de transparencias. “Me quedé en Nueva York, / mi amigo en Antofagasta”: el personaje de Pound revive una despedida que no es suya, sino de otro (de Wang Lei). Aparecen objetos chinos, colores lejanos. Pero a la vez Pound evoca la despedida usando palabras en una tercera lengua, “un idioma abstracto / llamado español / (pasado como un / huevo tibio por / aguas cubanas / en cazuelas de / estaño)”. Pound intuye la vida de un hombre futuro que escribe a través de él, intuye al propio Kozer. Kozer escribe a Pound escribiendo cómo Kozer escribiría sobre Pound reescribiendo a Wang Lei. Una transmigración que no está exactamente en el alma, sino en la escritura.
En otro poema se habla del amor entre Kuo Pu, taoísta miembro de los Inmortales (“muere pronto, de inmortal / en fin deja mucho que / desear”) y Lo Fu, que cuidaba las moreras de las que se alimentaban los gusanos de seda que vestirían a la Emperatriz. Comparten las tareas, conviven en un tiempo que se nos deshace como una gota de sangre en el agua. “Lo Fu / amó a Kuo Fu / (poeta común y / corriente) ambos / ajenos a los / mandamientos, / premisas de inmortales / (naves de locos) viven / abrazados en el umbral / de una longevidad que / se acaba”, y Kozer nos relata que Kuo Pu reencarnaría gusano de seda y Lo Fu hoja de morera. Kuo Pu detestó en vida “las carnes y / las sedas”, y no es casual que sea él (primero figurativa y luego literalmente) un gusano de seda. Los poemas son la seda, y en la seda (la fibra blanca del capullo que ha fabricado el poeta para sí mismo) “se pierde la / inmortalidad”. En Verdad de la materia también puede leerse “si algo quiero / no quiero reencarnar”. También en ese puede leerse “No mejoré el mundo, no mantuve a mi familia escribiendo / no encontré Dios”. ¿Escribir es una forma de salvarse de la inmortalidad, de la búsqueda inútil e incesante, ya sea en esta vida o en otra?
Enrique Saínz ha observado que la muerte en la poesía de Kozer carece del halo trágico o siniestro. La idea que nos parece más familiar es la de la literatura como un medio para alcanzar la inmortalidad (lo opuesto resulta contraintuitivo). Pero en la poesía de Kozer el ritual de la escritura es sedimentario, no es un cometa rojo que atraviesa el cielo, sino un mineral oscuro, que se desploma cada segundo en la quietud del agua. Escribir es destilar el agua, dejarla fluir sin nosotros, porque estamos cansados (“Caigo rendido: todo indica que no volveré a leer a Musil / ni a Walser”). Escribir es prepararse para la muerte definitiva.
En uno de los poemas más entrañables de La verdad de la materia, el que comienza “Recogíamos la nieve recién caída para preparar” se hace más visible. En este caso, como en el poema de Kuo Pu, escribir constituye un acto irresponsable, ingenuo y feliz (“soñaríamos ser el / autor del mejor / poema recibido, y / de paso ser Tu / Fu, Li Po, Li Ching / Chao o Lin Pu”). La escritura (en su cotidianidad) es como preparar el té, o como compartir la bebida con los invitados. Este carácter purificador de la escritura se descubre en el error o más bien en la imperfección (es importante que Kuo Pu constituya un poeta intrascendente). Quizás por esto los poemas de Kozer siempre estén haciendo giros inesperados y prosaicos en el lenguaje: “Lu Fu amó las moreras, en cada hoja veía los / capullos del gusano / de seda (cuán / laborioso ha sido / siempre el pueblo / chino, sobre todo / a la cañona)”.
Estos falsos errores alejan la inmortalidad, resaltan el carácter lúdico de la creación mediante la muerte y la vida como hechos escatológicos (la vida puede ser tan grotesca como la muerte). Dice Reina María Rodríguez que en Kozer viven los opuestos José Lezama Lima y Virgilio Piñera. De Lezama está la fiesta de los nombres y la abundancia de los objetos, la olorosa humedad doméstica. De Piñera está lo visceral, lo asonante, lo mundano. Podríamos agregar que de Lorenzo García Vega está el orientalismo. Aparece su fantasma, de hecho, en un poema de Verdad de la materia (“me había / encontrado a las / diez de la mañana / con Lorenzo García / Vega de ultratumba”), en la confluencia del río Han con el Yangtzé: “me dejé ir recostado / a su hombro, fluían / las aguas del Cauto / al Contramaestre, / muerto y moribundo / irreconocibles”. Pero la voz del poema confiesa que no ha conseguido meditar, solo ha orinado “amarillo en arco” en el río. En esa irrupción hay algo de esto, de la vida y de la muerte como hechos escatológicos. Los peces nadan y las algas se enredan en la secreción. Una carpa y una trucha acaban en el plato del almuerzo. El Han y el Yangtzé se transforman en el Cauto y el Contramaestre (también los ríos transmigran), los sujetos cambian de forma y de nombre, reaparecen. La materia no se crea ni se destruye, solo se transforma, y esa es su verdad.
Tal vez se haga más claro si leemos la estrofa completa de un fragmento que se ha mencionado antes: “Adolescente y aguantar hasta el final mis problemas / gástricos, si algo quiero / no quiero reencarnar”. Orinar, digerir, comer, operaciones de transformación de la materia (la transmigración también puede verse como el movimiento gástrico del mundo, digestión de las almas). Y escribir, ¿no es otra transformación? ¿Tal vez la única transformación feliz, que prepara para la muerte? “Practiqué durante años la meditación escribiendo / poesía, y la desconcentración. / No fui capaz de meditar tres minutos, la sucesión / de poemas sirvieron para / ampliar mi vocabulario”. Como en el poema de Kuo Pu, la inmortalidad y la meditación se contraponen a la mortalidad y a la sedimentación de la escritura.
Podemos leer la meta de “ampliar el vocabulario / (chaira, mastuerzo, / purín)” como una broma, pero también lo podemos leer en un sentido literal. El placer ingenuo (desinteresado) en la acumulación y preservación de las palabras (como estatuillas domésticas) está en el libro y en general en la obra de Kozer. En otro poema se sale a buscar condimentos, eneldo y muérdago, “muérdago por qué. / Por nada. Me gusta / la palabra muérdago / en inglés, me anima / a caminar en puntillas / mientras se levanta / la niebla imaginando / campos de Inglaterra / donde cunde el / mistletoe”.
Adolfo Castañón ha señalado la presencia de estos juegos en el libro, donde una lengua fantasma (en este caso el inglés) observa. El título Verdad de la materia, nos revela Castañón, es una traducción literal (intencionadamente imperfecta) de la frase idiomática the truth of the matter en inglés. Hay un ejemplo muy hermoso de este fenómeno: “Partí en dos mitades un gajo de sauce (sauce / y quedarse son / homófonas en / chino)” es una estrofa como una sala de espejos, porque en español “partí” puede significar “rompí” o “me fui”. En otras palabras, en cada extremo de la frase “Partí en dos mitades un gajo de sauce” hay una homófona (“partir”: romper o irse en español, y “sauce”: el árbol o la acción de quedarse en chino). Podríamos pensar que la estrofa no escrita en chino habría aclarado al inicio la homofonía en español. Cada variación solo habría sido completada por la sugerencia de su significado en otra lengua. Un yin-yang lingüístico (Ronald me aconseja que elimine esta última frase, que cae en un lugar común: creo que tiene razón, pero la dejo, para prevenir la inmortalidad).
Los títulos de los poemas parecen también ajustarse a este sistema de la transformación de la materia (transmigración de las almas). Los títulos se repiten, y sugieren series. Tanto Amaranta Caballero Prado como Adolfo Castañón tocan este tema de las “series” en sus prólogos a Verdad de la materia. Queda claro que es el modo de escribir de Kozer (que también se manifiesta en otros libros). Pero me alegraría que fuera posible leerlos de esta otra manera. Leer que varios poemas comparten un mismo título en el libro porque son poemas transmigrados. Los poemas que se llaman “Júbilo” serían en realidad el mismo poema, reimaginado de formas distintas. Pero aquí llegamos a una contradicción, puesto que en el poema la materia es inseparable del alma, o mejor dicho, el alma de la materia. Al reescribir el alma de un poema en varias versiones la estamos desmembrando y por tanto aniquilando (¿por eso el ritual de escribir acercará a la muerte?). Reescribir es mostrar la materia, la carne del lenguaje. Agotadas sus posibilidades, descansaremos en paz.