Por Ronald Abilio Noda
Quienquiera que seas aun si ya cayeron los baluartes de la vida, si ya se dispersaron los ademanes de la última conversación. Quienquiera que seas permite que llegue a buen término en estas consideraciones del ánimo. Qué tardo ha sido el ademán oculto para astillarse sobre mí, qué intrincada el habla cuando se avienen los disfrutes de este prodigio del sueño; y en esto he sido como la aspereza de mi lengua y el ardid terrible de mi mano, en esto, como en tantas otras cosas, un soplo de horror y huesos, porque ni me reconforta ya el esplendor de una suavidad pasada ni la caída de los astros hacia una multitud de olas luminiscente. No imagino poder encontrarte y no sé ni siquiera la última conclusión de estas sendas que se arropan entre el asfalto. Qué lento el recuerdo de una soledad con la niñez a cuesta sin más aplomo que la soltura de la tibieza en un juego de sombras o en una pequeña sinfonía de los extraños espesores del llanto, no ha quedarme la ligera exaltación de ese prodigio de la sonoridad ni aún el fastuoso recogimiento de los días en un único clamor porque estoy solo y me fastidia el ajetreo de los hombres mientras amanece, todo se desencadena, más bien como la cera que comienza a hervir o como un lamento que se lanza en persecución de su gastada utilidad presintiendo la quebradiza estación que ha ido en busca de su origen pero estoy solo en estos lugares del sol y la ojeriza aunque no haya cesado sobre mí la inocencia de los prados con sus nombres o entre tus manos sienta la poderosa expresión. Quienquiera que seas, aun si ya apresura el espanto su copa de sidra y humo y no ha de mostrarse más la inquisición de la mañana, no me dejes a la fatiga inmóvil de un desparramado tormento. Quienquiera que seas, aunque te vislumbre entre las figuras de mi pasado y todo este porvenir como si se tratara de algún secreto infame cuya sola mención es una vuelta del enredo y la fragilidad. Quienquiera que seas en mi última hora debate conmigo el suave ministerio de la harina y la sangre.