Por Ronald Abilio Noda
Antes que anochezca y se pierdan los aromas entre los rizos y alguna ventana esparza su amarillenta lumbre déjame ser el primero en los reinos misteriosos del crepúsculo. Antes que caigan los últimos alientos del atardecer y sea imposible distinguir una lámpara y la mesa o bajo el manto se pierda la comodidad del aserrín gastado de mis pasos. Antes que la certidumbre se desate sobre los atuendos de la realidad como una bruma que se resiste a toda consolación, y antes que, en fin, se vayan apagando los aciertos en la techumbre Inmaterial y todo vuelva a quedar como un abrevadero en la fugacidad de las casas donde se ensanchen los luminosos olores de la cena guarda los ornamentos de la pequeñez y el silencio entre los rastros presentidos. Antes que haya pasado todo esto y la hora se recline tal vez como un vástago ante las lejanías de su reino inquebrantable déjame entrar en la prontitud de las calles misteriosas como un juego esparcido de temblor y permanencia y antes que retorne la potestad vertiginosa de las incontables reclinaciones abre los portones que han sido consumidos por el siglo en la serena mansedumbre de sus esplendores.