Por David Noria
No son buenas noticias las que he venido a comunicar. La primera es que no hay noticias. Lo que es hoy ha sido ayer y será mañana. Hablo de las ciudades y los hombres, las mujeres y los pactos, y la perpetua guerra que nos asedia a todos. Vengo a comunicar que la hora exquisita es cuando se acepta la derrota, extenuados, bajo un sol radiante. Exquisita no quiere decir ufana. Es exquisita porque las lágrimas expresan más que las palabras y son más puras pues la palabra no es pura. Vengo de lugares lejanos adonde me arrojé en mi juventud a decir que por todas partes estamos igual de raquíticos que la mentira tiene sus portavoces en todas las lenguas que todos nos drogamos que todos hemos cedido a la cobardía, a la disolución. Árboles enfermos. Y sin embargo, Europa, tú en especial estás podrida. Y mi corazón fue puesto a prueba en tus calles y en tus calles erré y me vi solo. Aprendí qué son las estaciones: cada año me quemé y cada año helé. Y este reloj de desolaciones me hizo pensar en mi alto valle bien templado, calamitoso sí, pero sublime. No vengo con buenas noticias. Vengo masticando un salmo que había olvidado y que no es otra cosa que un grito de ayuda por mí y por quienes amo, los elegidos. ¿Quién me diese alas como de paloma? Volaría. Y también es una advertencia contra los malvados, contra los de corazón duro. Me sacudiré tu polvo de mis botas y confiaré en lo que me habita.