Por David Noria
I
Tu pórtico es una dentadura usada. ¿Dónde quedaron las encías de tus frescos y colores, la entereza de intuiciones esculpidas? ¿En qué callejón oscuro del tiempo rompieron tu quijada de mil años? Diríase también que eres la carcasa de un venado inmenso contra el que un lobo se ensañó. En el mundo venal te llaman deshuesadero. Al costado de una torre tienes tatuado el reloj de sol. No necesita repuestos y nunca ha detenido su marcha. Bien puede dar la hora todavía, somos nosotros los que ya no podemos leerla. Analfabetas del tiempo y del espacio. No saber ni dónde ni cuándo… Con todo, el espinazo del campanario se yergue todavía como buscando alcanzar el fruto entre las nubes: lo gratuito.
II
Pero el domingo el vientre de esta ballena recibe a su tripulación. No hay mejor sacrificio que un corazón roto. Entonces la nave despide luz azul de sus vitrales, la madera se ennoblece, la altura del templo surte aire para respirar. Cada uno da su ofrenda silenciosa y recibe a cambio lo incomunicable. El organista propone un coral de Bach O Mensch, bewein dein Sünde gross BWV 622 Dos principios rigen esta pieza: uno en contrapunto, los errores; otro vertical, el perdón. Disonancias que son como grietas en un vaso roto, como gritos en el tiempo. Pero una fuerza mayor, la melodía, se libera hacia arriba, como una llama que prende en la hojarasca del dolor y la necesidad. Aceptación, su nombre. Esta llama se posa, desde el órgano, sobre cada cabeza.