Por Pier Paolo Pasolini
Traducción Jose Alberto Fernández Simón
Todo aquello que yo puedo saber sobre Caravaggio lo sé a través de Longhi. Es verdad que Caravaggio fue un gran inventor y, por tanto, un gran realista. Pero, ¿qué ha inventado Caravaggio? Para responder a esta pregunta, que no me formulo por pura retórica, no puedo hacer otra cosa que remitirme a Roberto Longhi. Caravaggio ha inventado, primero, un nuevo mundo, que, de acuerdo a la terminología cinematográfica, se llama “profílmico”, y entiéndase con esto todo lo que está delante de la cámara. Caravaggio, es decir, ha inventado todo un mundo para poner delante del caballete en su estudio: nuevos tipos de personas, en el sentido social y caracterológico, nuevos tipos de objetos, nuevos tipos de paisajes. En segundo lugar, ha inventado una nueva luz: la lumbre universal del Renacimiento platónico la sustituyó por una luz cotidiana y dramática. Se trate lo mismo de los nuevos tipos de personas y cosas que del nuevo tipo de luz, Caravaggio los ha inventado porque los ha visto en la realidad. Se dio cuenta de que a su alrededor – excluidos por la ideología cultural vigente durante aproximadamente dos siglos – existían hombres que no habían aparecido nunca en las grandes tablas o en los frescos, y que había horas del día, formas de iluminación lábiles, pero absolutas, que no habían sido nunca reproducidas y que, alejadas cada vez más por las convenciones y las normas, habíanse finalmente vuelto escandalosas y, como es lógico, desestimadas, tanto que probablemente los pintores, y en general los hombres, ni siquiera las veían.
La tercera cosa que ha inventado Caravaggio es un diafragma (también luminoso, pero de una luminosidad artificial que aparece solo en la pintura y no en la realidad) que separa, ya sea a él, el autor, ya sea a nosotros, los espectadores, de sus personajes, de sus naturalezas muertas, de sus paisajes. Este diafragma, que traspone las cosas pintadas por Caravaggio a un universo separado, en cierto sentido muerto, por lo menos respecto a la vida y al realismo con los que aquellas cosas habían sido percibidas y pintadas, ha sido explicado estupendamente por Roberto Longhi con la suposición de que Caravaggio pintase mirando sus figuras reflejadas en un espejo. Tales figuras eran, por eso, aquellas que Caravaggio había elegido realistícamente: descuidados ayudantes de fruteros, mujeres del pueblo nunca tomadas en cuenta, etc., que, además,estaban inmersas en aquella luz real de una hora cotidiana concreta, con todo su sol y todas sus sombras; sin embargo… sin embargo, todo en el espejo parece como suspendido, como en un exceso de verdad, en un exceso de evidencia que lo hace parecer muerto.
Puedo amar críticamente la decisión realista de Caravaggio de encontrar en los personajes y en los objetos el mundo a pintar; puedo amar, aún más, críticamente la invención de una nueva luz donde hacer ocurrir los inmóviles acontecimientos. Sin embargo, en cuanto al realismo, se necesita una buena dosis de historicismo para aprehenderlo en toda su grandeza: no siendo yo un crítico de arte, y viendo las cosas desde una perspectiva histórica falsa, deformada, en definitiva, el realismo de Caravaggio me parece algo bastante irrelevante, superado incluso a lo largo de los siglos por otras nuevas formas de realismo. En cuanto a la luz, puedo estimar la invención estupendamente dramática, mas por una particular disposición estética mía – debida quién sabe a cuáles maniobras de mi inconsciente – no amo las invenciones de luz: prefiero sobradamente las invenciones de formas. Un nuevo modo de percibir la luz me estimula mucho menos que un nuevo modo de ver, digamos, la rodilla de una madonna por debajo del manto, o el escorzo del primer plano de un santo: amo las invenciones y las supresiones de los claroscuros, de las geometrías, de las composiciones. Frente al caos luminoso de Caravaggio permanezco fascinado, pero algo distante (si es mi opinión estrictamente personal la que aquí se quiere conocer). Me entusiasma la tercera invención de Caravaggio: el diafragma luminoso que torna artificiales sus figuras, sus figuras separadas, como reflejadas en un espejo cósmico. Aquí los rasgos populares y realistas de los rostros se alisan en una caracterología mortuoria, y así la luz, aun permaneciendo desbordante del instante del día en que fue captada, se fija en una grandiosa máquina cristalizada. No solo il Bacchino está enfermo, también lo está su fruta. Y no solo il Bacchino, sino todos los personajes de Caravaggio, están enfermos; esos que deberían ser por definición vitales y sanos poseen, en su lugar, la piel exangüe por una bruna palidez de muerte.