Por Ronald Abilio Noda
Se trata de gente del desierto De Neguev, de una pradera hambrienta que cae sobre los rollos De gente que habría conseguido el milagro del agua fresca De los regadíos, de una raza Que está yendo siempre hacia la sombra Que se cansa, y sigue, Sigue por milenios en medio de ciudades destruidas Sigue entre las pinturas renacentistas Entre el humo y la tierra que se llena de rojo Entre la maledicencia Y la profecía que nunca llega a cumplirse. Ellos, hombres y mujeres de la guerra vencida entre las puertas de un palacio Desterrados de sus sitios habituales Del frío y la penumbra como si fuesen levantados en sus carros de fuego Gente que se sienta a esperar, pero que nunca halla Que ha escrito todos los libros en la caligrafía de una letra Esenios, y luego buscadores de signos Compiladores de los siglos que pasaron y que vendrán Que crecen hacia la piedra y el barro que recubre las piernas de la estatua Y caminan Solitariamente en medio de un país que no los conoce Y no se cansan de viajar De cerrarse en la oración pronunciada por sus abuelos De cubrir sus cabezas mientras miran a lo lejano Y de tomar sus túnicas con aplomo, Ellos, sangre que se vierte en la corona del mediodía Imagen que asecha Como un anciano que va perdiendo sus facultades.