Por Ronald Abilio Noda
Una dualidad envuelve el acto propiciatorio, he ahí una luz que atraviesa los velos hasta demarcar el sentido último y caen las voces como ordenanzas angélicas que son recibidas en la plenitud humana de la poesía. Hay una fuerza que transforma la palabra en un haz fulgurante que mueve las esferas de los cielos y se adentra en la roca como signo final que recompone la esencia natural en un descenso-ascenso en que el risco y la profundidad devienen promontorio y elevación. Y estos, en sí mismos, van deshaciéndose de peso hasta hallarse en la misteriosa pronunciación constituyente de la vastedad interior del reino de las otredades metafísicas que se intuye en las ideas de Infierno, Purgatorio y Paraíso. Esta figuración es espiritual, rompe los instrumentos de la razón, pero a su vez detiene el siglo en una suspendida presencia que ha de moverse hasta la materialidad de las cosas desde el sentido primero de su palabra. La primera conjuración de los dioses es el principio del movimiento y en esta conjuración todo se diluye y se encierra hacia sus adentros como una ciudad antigua venerada en sus acentos más próximos y que no es hallable más que en su recuerdo. Pero con esto, la palabra toma cuerpo, no ya en la piedra sino en el intelecto y en la voz hasta sus goces genésicos y encuentra la humanidad rendida ante un mundo que no ha de corresponderle más que en la ensoñación.
Los poetas romanos heredan el ritmo griego que traza la imagen sostenida en las fauces dionisiacas, pero su universalidad está en la acción, en la comprensión de las voluntades fundadoras como una locura que busca el origen de la totalidad. Virgilio sustenta el arte de sus versos, y con ello, Roma luce al mundo como una bienaventuranza del acto, se dispersa en una terrible fuente de la que surgen las guerras imposibles y el viaje infinito. La historia de Roma es la historia de un viaje que se hace hacia el silencio en busca de la palabra fundacional, en busca de la poesía, de nada han de valer sus cimientos, conquistas y guerras políticas, sino en la lucidez de su nombre pronunciado en el mito primero y en la racionalidad entendida como el desborde generoso de sus vinos hacia un encendido lugar que se desconoce en toda su magnitud.
Eneas baja a los infiernos, otorga la materialidad que Odiseo había negado en el país de los Cimerios, y aquellas almas se nutren de esplendor e hinchan la tierra de sus dolores cíclicos y de sus vueltas a la gloria como si fuesen una palabra antepuesta de la que surge el sonido y el trueno que se ensancha en un poema inacabado hasta la saciedad de los años. Las sombras virgilianas colman el viaje de Eneas y se desbordan hacia una estructura poética que subyace en la historia romana, en la historia del mundo. Esto es una poética de la acción, César Octavio que vence a sus enemigos en la batalla de Accio, y luego, la misma batalla repetida en el tiempo hacia delante y hacia atrás. Tanto tiempo ha de determinar un canto invocado, una furia divina que arrebata los sentidos y nombra las cosas y las hace a imagen de la primera resignación. Por otro lado, hay una poesía estática que lleva a Virgilio hacia su centro inmutable, de esta provienen los autores de la toscana que entendieron el culto cortesano de los medievales como fundación propia de un estilo. Y esto encuentra su realización en el acto dantesco. La guerra sucesiva de los romanos, inundada de una conciencia intelectiva y apropiante, se ensimisma en unas facultades individuales que irrumpen en el sentido material del mundo.
En el primer canto de la Comedia, Dante resuelve seguir a Virgilio a quien ha reconocido como su maestro y su autor, en quien había buscado la sabiduría y de quien había tomado el estilo. Esta es una decisión tomada de antemano cuyo origen no está en una racionalidad material. Dante comprende su mundo hacia el interior de la poesía, fuera de un tiempo consecutivo, fuera de una historia propia, y esto ha de hacerlo colmar el símbolo del movimiento. La acción virgiliana de Eneas se ensimisma en una acción interior cuyo sentido último es trascendental. Dante es su propio Eneas y ello añade la consecuencia de hallarse a sí mismo en movimiento, pero fuera del movimiento; es decir materialmente dentro del sentido fundador, siendo parte de la estructura lógica que determina la esencia del mundo. La poesía, de este modo, actúa en consecuencia con otra realidad posible que no es aquí y ahora, pero que penetra el aquí y ahora de modo que el sonido acaba por romper la imagen y reconstruirla en la palabra dicha. Hombre no, que hombre ya fui, la sombra de Virgilio quiebra el mundo material y acaba el mundo de las sombras por tornarse materia propia de lo sagrado. La presentación de Virgilio ante Dante revela el antiguo ímpetu de la palabra que busca el acto, sin embargo, ese acto en Dante se da hacia un tiempo en que queda suspendida la historia del mundo y en que otra historia, la de los actos íntimos, la del castigo y la esperanza queda traspuesta a su sentido real, a la búsqueda de un orden fuera de los espacios propiamente lógicos de la mente. El poeta que se presenta ante Dante ya no es un hombre, no queda humanidad en sus palabras, ha sido, ahora es una mera materia, un recuerdo, un método, y en esto último se halla toda la contradicción de la Comedia. La metodología virgiliana se acomoda al viaje como una condición epistémica heredada de la antigua épica grecorromana, sin embargo, su voluntad es la quietud de la perfección en la que se halla el símbolo divino de la edad media.
En la Vida Nueva estaban preanunciados la sombra y el movimiento, la estructura del viaje era aquí una figuración sobre la que se expandían los dominios de la mente en una trasmutación de los actos en visón específica y detenida ante la cual se abrían todas las posibilidades. La memoria dantesca cubría las estructuras materiales de la historia personal, la metodología heredada era un mundo astillado contra la razón de modo que venía a elevarse sobre el tiempo en un afán de eternidad presagiada. Pero esta memoria conducía a su propio símbolo, estaba más allá de sí misma, su condición poética se determinaba en una invocación anterior, incipit vita nova, he aquí el mundo esperado en la interioridad de la imagen. Las primeras musas, la antigua diosa invocada se hacía a sí misma en la expectación ilimitada, de sí habrían de provenir los señoríos de la idea antepuesta en una totalidad imprecisa que caía sobre el mundo. Dante dice que Amor se había enseñoreado sobre él, pero este rapto no habría de concluir, su inmensidad detendría el instante y lo haría más allá de realidades sensibles y de la acústica triste de los días humanos. De este modo la poesía fue adueñándose del mundo material, lo devoraba en una constante afición de signos y de luminiscencia que entreabría las puertas del espíritu al viento de divinidad inconcebible que detenía su misterio en las eras del mundo cristiano. Habrían de juntarse las señas del tiempo, la memoria y aquello que se encuentra más allá de toda apetencia en una misma imagen que se encarnaba en la muchacha conocida apenas en un roce del espíritu y el mundo, y se detendría el agitado rumor de la ciudad, de los comercios industriosos, de los foros públicos donde se debatían las largas arengas políticas. Entonces al poema respondería el poema, y el sonido de las voces convendría en una múltiple potencia prelógica que restituiría el primer instante de visión sostenida. Guido Cavalcanti habría de contestar al primer soneto que Dante le dedicara a Beatriz; en esta respuesta iba la multiplicación del símbolo, la poiesis inmediata que trazaba una astrológica red que imbricaba rostros y nombres en un confuso destello de una gloria percibida apenas en las sutilezas de un aire desmedido. Dante se refiere a Guido como su primer amigo, en esto iba una noción menos temporal que constitutiva, ese primer era una categoría proveniente del espíritu trascendental que correspondía a los sucesivos afectos de una amistad vista en la imagen similar y estructurada de un dios común, determinada en la unidad poética.
La Vida Nueva viene a definir cómo leer un tipo de poesía, el comentario determina las partes del poema, pero es también un libro simbólico que muestra lo que sucede desde el primer instante hasta la muerte de Beatriz, en esto hay una serie de elementos que podríamos llamar metafísicos u ontológicos. Hay una numerología implícita en la restitución de la memoria que viene a conformar el hecho de hallarse ante lo sagrado. Las sucesivas acciones de Dante tienen por objetivo la contemplación total, la depuración poética. De este modo la memoria y el canto se unen para definir la vida. El impulso vitalista será proveniente de una fuerza abstracta, Amor, que condiciona las relaciones estructurales del tiempo, la memoria y los objetos. El recuerdo forma otra vida y las damas que subyacen en la mente del poeta, la amistad alegórica, conforman una experiencia estilística en que el canto aprisiona la realidad hacia una filosofía del ascenso simbólico a una conciencia que se inunda en su sentido divino. El bien y el mal, ambos se reúnen en Amor, la vileza y la dulzura, de modo que en la unidad conviven los contrarios. De aquí provendrá una idea del mundo en que las dos contraposiciones tienden a confundirse y no se puede acceder al bien, la contemplación, sin el mal, el movimiento (Tutti li miei pensier parlan d’Amore;/ e hanno in loro sì gran varietate,/ ch’altro mi fa voler sua potestate,/ altro folle ragiona il suo valore). Este será el primer esbozo simbólico de la Comedia, la excelsitud habrá de provenir del temor y la desestructuración. Dante al hablar sobre sus cuatros consideraciones dice que aquella mujer por la que es asediado no es semejante a las demás puesto que su corazón no se puede ganar fácilmente. Esta exclusividad refiere una diferencia con lo posible del acto y con lo imposible de la contemplación. Beatriz no es precisamente la dama de la poesía cortesana, sino un centro inmutable de realidad poética y de doctrina trascendental. La muerte de la muchacha expresa su símbolo hacia un más allá indeterminado. Dante habría de retornar en su memoria a la eternidad de su visión, pero esta muerte habría de conducirlo al horror y el espasmo y con ello a la promesa y a la premonición.
La medievalidad del mundo estaba en su prenacimiento (que era a la vez renacimiento), en la historia primigenia de los actos humanos. Todo tendía al inicio, a buscar aquello que había sido perdido en la materia, en la naturaleza objetual de las cosas. Hacia el final del imperio de occidente, la doctrina de Mani había entrado en contacto con el cristianismo. Los Maniqueos creían en la corrupción del mundo material y en la búsqueda de lo real más allá de este, sus ritos implicaban la purificación de la materia y una vuelta al momento en que el universo había sido creado y el mal, o sea, nuestro mundo sensible no había penetrado en el alma humana. San Agustín, que había pertenecido a esta secta y que describe bien sus costumbres en Las Confesiones, no habría de desprenderse nunca de cierto influjo maniqueísta, como tampoco el pensamiento medieval habría de hacerlo. Por otro lado, la doctrina platónica de la reminiscencia determinaba el conocimiento como una vuelta a lo que ya se sabía antes del nacimiento (es decir todo conocimiento era en verdad reconocimiento) y esto implicaba que se buscara el afecto primero e inmutable, la anchura de Dios, en el objeto. De este modo surge una poesía de lo encontrado, del hallazgo en la vastedad prexistente. Esta poesía vendría de unos determinados mecanismos retóricos y de una determinada intención, pero su propiedad era la observación inteligible, la abstracción de las cosas. Los trovadores provenzales partían precisamente de la idea anterior que habría de establecerse en el poema, el sentido etimológico de trovar es encontrar. De este modo el signo cristiano de un siglo supeditado a un Dios que habría determinado ya el sentido del mundo se materializaba en estos poetas, como mismo los de la época pagana se hacían uno con el demiurgo, con la diosa invocada, para constituir la materia verbal de su historia. La poesía trovadoresca de la toscana, y de Sicilia, se desarrolla entonces bajo el influjo del método provenzal, luego una poesía mucho más intelectiva y de índole filosófica iba a ir surgiendo de este primer material poético. Sordelo, Lentini, Guittone, entre otros, depuran la técnica y la adecuan a las particularidades especificas de un mundo disperso en la multiplicidad. Sin embargo, es con Guinizelli que se opera un cambio profundo y ya no se trata de descubrir la que ha sido determinado, sino de hacer en medio del hallazgo y con esto quedan abiertas las puertas de lo que será llamado el dolce stil novo.
Dante, Cavalcanti, Donati eran fundadores. Del mismo modo que Eneas fundaba aquella ciudad que habría de sostener en sí al mundo como un peso desmedido para el hombre o del mismo modo que Virgilio fundaba la capacidad mítico-poética de la romanidad augusta o que en el verbo cristiano se fundaba la totalidad en una pronunciación del mundo que se esparcía a través del tiempo hacia su inmovilidad, así los poetas toscanos fundaban una lengua, y con esto no se quiere decir que estructuraban y daban forma a la lengua vulgar de la toscana, sino que le influían su propia materia en un ejercicio filosófico e intelectual que definía ligeramente la esencia de las cosas. Las muchachas, la lejanía, el tiempo, Toscana, esto iba hacia más adentro, hacia su propia metafísica. Una cosa era aquello observable, pero la observación habría de determinarla de modo que una doble naturaleza prendía el signo de la palabra. El objeto y el logos se mezclaban en una indisoluble permanencia del acto y la visión. De este modo la propia composición poética se da vida a sí misma en el envío: las baladas pequeñas que llegan a las mujeres lejanas siempre inaprensibles, el dolor, la muerte que al sufrirse ha de dotar de vida plena; la abstracción cumplía su propósito de formar un mundo colmado de visión, intangible en su hechura y en su corteza apremiante que constituía el símbolo total.
En De Vulgari Eloquentia, Dante menciona que la vulgar era la más noble de las lenguas habladas porque era la que aprendían los niños en la edad más temprana. El acto de componer en vulgar tenía que ver con un acercamiento a lo primero, a la pureza estilística y emocional. Esto conllevaba una idea de lo divino interceptado por la naturaleza y la razón en medio del flujo que movía la historia. Dante va en busca del comienzo del lenguaje, la nominación es el acto encargado por Dios a Adán. El sentido de la lengua, por tanto, sería el de nombrar las cosas desde la interioridad del alma racional. La lengua latina permitía la unidad material y política del mundo conocido y más allá de esto era un modo de acceso a los conocimientos preestablecidos de la antigüedad, pero la verdad estaba en la lengua que se constituía en la infancia, la que nombraba de la nada y por tanto permitía la creación de las cosas. Adán en su nombramiento se había hecho copartícipe de la creación divina, había sido el primer poeta. De este modo la lengua adquirida poetizaba aquello que se veía, la razón y el mundo se mezclaban en una unidad simbólica. De la lengua de los latinos provenía el conocimiento intelectual de Dante, sin embrago, él proponía depurarlo de lo artificial, llevarlo a la primera razón. La teología y la política que iría determinando su estilo serían inundadas de un lenguaje propio, habría de encontrarse en medio de la intuición primera y la adquisición postrera.
En el descenso al Infierno, Dante estructura una realidad en que el mito se despoja de su cualidad histórica y viene a mostrarse en su esencia inmanente como forma arquetípica. La fabulación torna al principio y la gente queda suspendida, temporal y espacialmente, en sus actos humanos de manera cíclica. De este modo la política terrena, los grandes fundamentos comunales, la sucesiva división de los partidos, vienen a ser descritos en medio de la metodología virgiliana. Las antiguas leyes han sido deshechas como en su tiempo Troya lo habría sido, Florencia como Eneas se enfrenta a un mundo en plena soledad; ambos, hombre y ciudad, luchan en el desconocimiento de un abismo que los rodea con la voracidad de las bestias y la carnalidad extenuante de sus siglos, ambos son perseguidos por su destino, pero, por supuesto, Florencia aúna la tragedia de ser en medio del espíritu y la ley, en medio del papado y el imperio. Ciacco en el círculo de los glotones al increpar a Dante pide que lo traiga a su memoria y con esto que su corporalidad sea restituida, sin embargo, la memoria del poeta no es capaz de entrever su nombre, de decir quién es. La memoria, como se ha visto anteriormente al hablar de la Vida Nueva, es la restitución del mundo a su plenitud, a su estado real, en ella el tiempo ha sido detenido, el paraíso ha entrado en el instante. Que Dante no pueda recordar a Ciacco corresponde a su estado presente de totalidad en el vicio. La angustia que maltrata al condenado, dice Dante, es la que aleja su recuerdo y con esto hemos de comprender una estructuración del infierno que entra en lo humano, Dante no hace uso del logos infernal, no determina solamente el objeto en la palabra, sino que también determina lo infernal fuera de la naturaleza, dentro de la propia condición existencial. Ciacco al presentarse ante Dante menciona el gran mal de Florencia, la envidia, de ahí se sigue la gran división, la lucha entre los partidos políticos. La ley ha sido dividida, y por tanto el espíritu ha sido deshecho en la multitud de los condenados, el viaje dantesco pretende una recuperación del vínculo primero. De la misma manera que la primera visión de Beatriz había purificado la infancia del poeta y había determinado la unidad del símbolo, la noción estilística, la Comedia implicaba un despojarse de todo, de la propia metodología virgiliana, como teorizaba el autor en De Vulagari Eloquentia, para llegar a la visión de Dios que es a su vez el último símbolo de la poética dantesca. Es evidente que este descenso conlleva la purificación del alma de tal modo que mientras más abajo y más cerca del centro satánico de todo lo terreno, más cerca también se estará del paraíso y del propio Dios. La purga es íntima y política, se estremece en su tiempo propio, pero el desprendimiento es poético. Dante se halla en medio de la dualidad, pregunta a Ciacco por los grandes florentinos, cuya dignidad y nobleza habían sido antaño ejemplares para la ciudad: Farinata degli Uberti, Tegghiaio, Rusticucci, Mosca, Arrigo, todos ellos, según dice Ciacco y según comprobará Dante están con las almas más negras de aquel sitio. Es decir que la apariencia ha sido deshecha, el objeto del infierno es deshacer lo que no es y parece ser, y por tanto depura la razón de todo lo accesorio. El viaje de Dante es en parte racional, es cantado desde el ingenio, es decir desde la primacía de lo indecible que había sido en la primera época cuando Dios pronunciaba el fiat lux, sin embargo, es también un comentario hecho desde su propia consideración de modo que el texto por sí mismo se comenta en su desenvolvimiento. Luego este seguiría el camino de lo innumerable y el comentario de la Comedia se extendería fuera de toda temporalidad posible. Pero es a su interior que se explica el sentido del castigo, lo episódico que entra en lo total y a su vez se delimita en la observación, la purificación del acto se consiente en la materia poética como una historia diluida en sus signos.
Quizás el Purgatorio entero pueda considerarse como el gran ejercicio teórico de la Comedia. Si bien el Infierno había definido la metodología a seguir y la había despojado de toda cualidad accesoria, es en el momento del ascenso a la colina del purgatorio que viene a librarse la batalla de la visión eterna. En el primer canto, Dante hace una analogía entre su mente y una barca que surca los mares inaprensibles e indomables de la vastedad racional y espiritual del mundo. Esto indudablemente nos lleva al famoso Canto XXVI del Infierno en que Ulises narra su historia de cómo había naufragado y muerto intentando alcanzar la colina del purgatorio. De este modo la historia de Ulises (como la del mismo Dante o la de Eneas, y en esto la Comedia determina su pasado, hace que el mundo sea una biblioteca o un repositorio lógico que establece su función en torno al canto divino) viene a determinarse interiormente y no físicamente, intelectivamente y no materialmente, de modo que el ingenio es aquello que se enfrenta a la nada, es decir quien constituye la totalidad, quien trasluce el símbolo de Dios a la palabra, quien enfrenta el destino poético de la búsqueda humana de las cosas. Dante dice: Renazca aquí la muerta poesía, es decir que venga todo el ímpetu de lo que había sido, en este punto la poesía ya es algo que trasciende el método de su lejano maestro y la conciencia del dolce stil novo, que irrumpe en la tradición medieval cortesana y trovadoresca y la deshace en un caudal de signos cuya potencia no alcanza un límite racional. Oh santas Musas a quien me he entregado, el poeta desborda el antiguo clamor épico y añade el surgimiento de Calíope en quien se halla no solamente el conocimiento total que sujeta las cosas a la palabra, sino el movimiento hacia el rito sagrado por el cual el canto purifica el alma de los hombres. Luego la bella frase a la que Borges hace referencia en sus Ensayos Dantescos, aquella que dice: dolce color d´oriental zaffiro y con esto por fin el cielo, la luz azulada que pone fin al horror, las musas convocadas abren el espacio de la paz, el quicio estrellado que reconforta al alma que sigue en su triste camino.
El camino del Purgatorio incluye la purificación en un doble sentido, el moral y el estético. En esta vía es que Dante viene a encontrarse con Forese Donati, su antiguo amigo a quien había dedicado aquellos versos burlescos sobre su esposa Nella y quien había contestado con injurias al padre de Dante. Forese se halla carcomido por el estado de cosas que rige en el purgatorio, esto tiene un sentido evidentemente espiritual, el símbolo de la destrucción que prepara un encuentro futuro. Donati es precisamente quien le indica a Dante los nombres de aquellos que están cerca de ellos, estos son los famosos poetas italianos: Bonagiunta, Guittone, Lentino, el primero de estos lo reconoce a como autor de nuevos versos y cita uno de sus poemas de la Vida Nueva, la respuesta de Dante habla de la inspiración de Amor cuyos dictados interiores va significando hacia la materia verbal, es decir que evidencia un mecanismo de construcción poética que difiere del de los usados por las antiguas escuelas de versificación. Para él el acento interior es una presencia divina que luego se estructura técnicamente. Los otros poetas han de reconocer la diferencia, a ellos les está vedado el estilo nuevo, la capacidad de estructurar el discurso desde la interioridad indecible. En el Purgatorio, el método virgiliano, depurado ya de su primer estado, halla su consecuencia en Estacio que es precisamente el poeta que ha de guiar a Dante por la colina. Esto es una antelación poética simbólica: Virgilio, Estacio, Beatriz, el flujo de signos que constituyen la poesía resucitada desde la acción racional, la acción determinada en la fe, y la contemplación absoluta de la totalidad. Las cornisas representan de este modo el paso del movimiento a la quietud, del tiempo a la eternidad sucesiva. Si bien en el infierno los ciclos definían el castigo, en el purgatorio esto se define por un movimiento más o menos libre en un tiempo lineal, los sellos angélicos eliminan los antiguos vicios y la restitución final se hace en el Leteo que permite el olvido. Es curioso como Dante va entonces de la memoria de la Vida Nueva al olvido del Purgatorio, y es que ambos son partes de ese mismo signo único. El olvido dantesco es el recuerdo en toda su plenitud, es alcanzar el último dictado de Amor.
Cuando Dante se halla en el Paraíso todo está diluido en Dios, en la perfección y la sed de belleza. Su encuentro con Justiniano restituye la política; la historia ha sido superada más allá de su tiempo humano, la ley que había otorgado el emperador concentraba su fuerza terrena y ello implicaba un augurio para el siglo, los dos partidos cesaban su lucha y se sometían a un imperio mayor. Por supuesto esto se daba en unos órdenes oníricos que se suspendían sobre el mundo, y la guerra constante crecía en la Ciudad y en la península y más allá de ella. La ley de Justiniano entonces solo podía ejercer su dominio en los órdenes angélicos menores y de ahí se seguía una implicación trascendentalista que sometía la ley al cosmos primigenio y al Primer Amor que en hechura penetraba todo cuanto hay. Sin embargo, hay una consecuencia poética de la ley imperial que estriba en la inmutabilidad, es decir el principio indecible que constituye la poesía proviene de una ley anterior a la fundación del mundo humano que solo es posible conocer en la contemplación de la belleza que se encarna en el objeto, para Dante el gran exponente de esta encarnación venía a ser Beatriz, pero la simpleza y el horror del mundo contenían también su signo de hermosura y en la admiración se hacían sobre sí mismos como una inconmensurable secuencia de significados. El Paraíso es la expresión de toda la plenitud material, espiritual y poética, Dante dice que es indecible aquello que ha visto, sin embargo, se atreve a intentar decirlo y con ello pone de manifiesto la gran contradicción que mueve la poesía. El viaje por el Paraíso se establece ya fuera del tiempo, y hacia cualquier dirección puesto que la gloria rodea todo lo existente. Los coros angélicos, las muchedumbres, se sumergen en una luz que no cesa ni rompe la unidad armoniosa del conjunto. En el último canto de la Comedia, Dante entona la alabanza a la Virgen María a quien se centra en el misterio generador cuando se le llama hija de su hijo. Luego contempla la faz de los justos, de Beatriz (su signo poético) entre ellos, y por último levanta la mirada hacia Dios y queda sostenida en plenitud y detalle en la perpetuidad de la hora que se pronuncia. Esta mirada entonces vuelve sobre su eternidad, se hace más atrás, concluye la lectura de la Comedia, pero entonces solo es posible leer nuevamente bajo la luz de esa mirada que ha quedado perpetuamente ahí, más allá de todo movimiento como la mañana en sus últimas estrellas.