Península de bronce,
ofreces un saludo con tu mano
que el persa desconoce
detrás del mar que luce oleaje cano;
un mar, si ayer efebo, hoy anciano.
Las ruinas de Estagira
asoman en tu costa y su muralla,
que azul llanura admira,
la guerra olvidó y la batalla,
pero queda un recuerdo que aún ensaya.
Sus calles, que hoy maleza
recorre vencedora, un tiempo fueron
a la naturaleza
obstáculo honroso que erigieron
los hombres, las mujeres, los corderos.
Allí donde hubo vino
fría lluvia se alberga desabrida,
y donde sube el pino
la casa se elevaba construida
de una noble ciudad llena de vida.
Y aquí que sopla el viento
hubo un niño precoz que recorría
aquel asentamiento
con mirada que sólo inquiría
la razón de la noche y del día,
del pájaro su canto,
de la nube los rayos y el trueno,
del hombre triste el llanto,
la historia y la lengua del heleno;
esto y más observó desde pequeño.
De simple realidad
extrajo Aristóteles rotundo
la universalidad.
Pues dedujo de ti lo más profundo,
un momento, Estagira, fuiste el mundo.