Por Luisa Valenzuela
El primer encuentro sucede una mañana. Entre los miles de personas con las que una se puede llegar a topar, esa mañana me topé con ella. Una mujer común y corriente con una mirada fría y distante, bah, qué digo, una mujer normal en un lugar donde se tiene que convivir diario con al menos nueve millones de personas. La contaminación nubla mis sentidos desde el primer momento en el que piso la calle. En mi cotidiano apuro apenas la noto, pero hay algo en ella que me llama la atención: a las frescas nueve de la mañana la mujer fuma pacientemente un cigarro mentolado. Paso a su lado casi corriendo y el aroma de su cigarro se impregna efímeramente en mi ropa. A la media hora apenas la recuerdo.
Días después se repite la escena, corriendo en apuro, me topo de pronto con la mujer, su cabello lacio se ve peinado, brilla incluso. Sus zapatos son negros, relucientes, igual que casi todos los zapatos que son negros. La mirada sigue fría y distante, pero sinceramente no la juzgo, hace un día terrible, un viento de cuaresma revolotea sobre toda la basura y el hollín. Imposible no sentirse frío y distante con ese clima. Paso a su lado, de nuevo noto el cigarro, el de ese día está aún a la mitad, sigue siendo mentolado. Lo sostiene casi por inercia.
En una ciudad donde nada parece tener sentido, lo más inesperado importa. Una tarde mientras estoy en el balcón observo el caos que me rodea: un semáforo se ha averiado y una jauría de vehículos se amotina en la calle de abajo. Entre el caos de los cláxones, el ladrido de los perros, la música del afilador de cuchillos y los gritos del encargado de recoger la basura, la veo, silenciosa. Parece que no nota nada de lo que sucede y avanza arrastrando los pies entre los coches. Ignora todo y vive en su propio mundo. Dejando de lado las responsabilidades de mi día me permito observarla detenidamente. Su cabello tiene más marañas que los días anteriores, sus zapatos ya no brillan y su chamarra ahora está percudida. Haciendo memoria, descubro que lleva puesta la misma ropa con la que la vi la primera vez. Eso es extraño. Sé la respuesta, pero me niego a crear un juicio temprano. Las notificaciones de mi computadora no paran de llamarme, así que cierro la puerta del balcón.
Paso la noche sin recordarla, pero en la mañana siguiente los carros deambulan de nuevo ruidosos y el sonido me recuerda a la escena del día anterior. Me noto casi ansiosa al salir del edificio, ¿la veré de nuevo? Ahora prometo prestar más atención. Me atrevo a decir que comienza a obsesionarme un poco su imagen, su historia.
¿Será que se perdió? ¿estará lastimada? No me parece que tenga herida física alguna. Se nota serena, aunque no exactamente relajada. ¿Será una vecina de la colonia? Si eso fuera quizá no tendría lógica el descuido de su higiene, digo, podría cambiarse de ropa de vez en cuando. Una aparición detiene mi cadena de pensamientos. La veo. Es ella. Definitivamente es ella. Camino más lento, veo su rostro. Anteriormente había mirado sus ojos, pero no me había tomado el tiempo de observarlos con detalle. Se ven solos, no enfocan nada, solo sigue con la mirada el camino por donde va. Ahora me parece mucho más descuidada que ayer. En su cara hay manchas de hollín, su cabello canoso ya no brilla, el cigarro sigue encendido entre sus dedos, solo que ahora no es mentolado.
Sé la respuesta a todas mis preguntas, por fin me atrevo a pensarlas. Esa mujer anda errante de un lado de la colonia al otro. Ya no sabe quién es, y ya no sabrá más nada.
No soy la única que la percibe, poco a poco la gente la evita, la rodea y la ignora. Incluso en ese acto de ignorar puedo darme cuenta de que la notan. Es ahora una de los miles de personas que vagabundean en la ciudad.
Han pasado ya algunos meses desde nuestro primer encuentro, ahora noto más su suciedad, es casi tan gris como el pavimento y me atrevo a decir que eso le sirve de camuflaje. Ya no trae ningún cigarro entre sus dedos, y su mirada ya no puede ser más fría y distante de lo que es ahora. En algún punto dejo de verla. Se ha desvanecido.
Ahora hay una nueva mujer en la calle de enfrente. Nunca se había aparecido en la colonia. Se ve como una persona normal, un poco descuidada, pero quizá es una hippie y disfruta de andar descalza entre las calles. Su mirada no es vacía ni distante, por el contrario, se nota que anda muy despierta, casi extasiada.