Por Attilio Bertolucci
Traducción Ronald Abilio Noda
Bayas y óxido El encendido imprevisto de las lámparas En la niebla del puente La arcana luz de tus cabellos Negros reflejados en el agua que se mueve. El día de invierno ha florecido Los setos están vacíos de bayas, las puertas Están vestidas de óxido, el silencio Dura hasta la noche.
Cuando termina el verano Oh, el color Rojo de tu camiseta Esta primera noche de lluvia En la hora dulce que espera Que se enciendan las lámparas Querida lluvia del fin del verano En el umbral de tu casa Queridos brazos que me toman Quietos discursos y rumores de lluvia Sin que llegue la hora de la noche
Amor a mí… Amor a mí cercano De tu crueldad me consuela Fuera está la noche y cae Una lluvia imprevista. La lámpara familiar revela Las íntimas y queridas cosas Amor habla y habla de ti Sumiso Como el agua entre las hierbas altas.
El baño En este canal entre enredaderas Rociadas de verderán En el caluroso mediodía del verano Hacías un baño de julio Eras pequeña y desnuda Dichosa del agua que quería Llevarte a donde van las libélulas
Otra vez en lo oscuro Otra vez en lo oscuro de la calle Te vi teñirte, luz paciente, El borde del antepecho de rojo. Era el estío del año… Aire cálido de un día Perdido que este amor De ti movía la llanura Y la sombra larga de los árboles.
Inacabada En la plateada estación al final Tormentosos del año la belleza De las flores muere al aliento Frío de la mañana, inútil sale el sol. Así tu cara morena, la tez Perezosa que vence ahora al clavel Un inmóvil mediodía y nubes plenas De la madura juventud anuncia.
Cuando tú estás lejana Cuando tú estás lejana Levantándome Busco tu pecho hinchado Triste y goloso como un niño destetado. Cuando tú estás lejana Y viene la noche invernal Adornada de jacintos Y tú vuelves a casa sola Llevando en el cuello de piel El olor del frío Y te calientas las manos a la llama Esperando un poco para encender la luz Ya te acostumbras A la sumisa compañía de estas letras.
Ifigenia Alas de paloma repiquetean En el sereno mediodía Entre los blancos espinos polvorientos, Algunas plantas frutales Temerosas esconden tras las hojas Las promesas que recogerá el otoño. Sobre el carro que montan la puerta En esta extraña plácida tierra Ifigenia piensa en su esposo y en sí misma… Ya se ha alzado la luna, una clara luna Que parece de agua en el gran esplendor Del cielo, y apenas se ve. La muchacha Ifigenia Gira en torno los pequeños ojos puros, Los párpados le arden, sus manos Morenas se posan leves sobre sus cabellos. Le parece ser nueva, Sin recuerdos, que todo comienza ahora. En una vuelta las palmas se le llenan De tiernas y largas hojas de acacia.
A Ninetta Con las mejillas de fuego Y los ojos que reían Caminabas por una selva El sol jugaba Con el agua que huía Estaba el enebro aromático Y los grandes helechos orgullosos Y los misteriosos líquenes… Surgió la luna clara Entre las ramas.
Amor La luna coronada de margaritas Ríe en los vagos ojos enfermos Corzos de plata Bromean en los claros del cielo. Las flores se manchan de sangre… Oh, lejana, lejana, en esta noche, Como una nave con sus velas En el mar oscuro… Pero luego vendrá el tiempo Árido y melodioso de las amapolas Y tú retornarás Ya, mi señora.
Fragmento excluido de “La cámara del lecho” “Estoy aquí entre una llegada y una partida” Estoy escribiendo, recluido voluntario En la sala verde Única habitación libre de maletas, Baúles, cestas, para ser trasladadas A la montaña, evento necesario, hábito saludable Impuesto por la dulzura de la migraña fuerte y delicada. N., ejecutora sin incertidumbre de un proyecto De restauración de la casa que los Maremmanos edificaron En años lejanísimos y que los herederos, Después de descender a la llanura generosa que ofrecía dones y riesgos, Dejaron estropear en lenta paz. Bernardo, el manso suegro le da una mano, Sin hacerse mostrar, pero Por los caminos de la larga noche viuda Vuelven las luces del insomnio Así como fueron alimentadas con aceite de linaza En su infancia selvática e inquieta en estas habitaciones- Nuevamente floridas de corolas púrpuras sobre el azul del muro- Que en el salón augusto acogerán a sus nietos, El impetuoso portador de su nombre y el segundo hijo, Que ya conversa con él, El primero penoso, Giuseppe, rondando casi Como una traición contra mí en su cabellera castaña, De piernas que se alargan. Es una ardiente y fervorosa mañana de julio, los hijos De la familia propietaria se entregan A la malicia y a la amistad de aquellos, Hombres y mujeres en cualquier orden, Se espera la cosecha del heno, seco y sonoro. Yo pinto una imagen mía reflejada Sobre el espejo que forma el vidrio Movido por un poco de viento De la puerta de la ventana mal cerrada sobre el jardín Que alterna la marchita y cansada rosa Y la flor deslumbrante de la materna Violada magnolia…
La rosa blanca Cogeré para ti La última rosa del jardín La rosa blanca que florece Con las primeras nieblas. Las ávidas abejas la visitaron Ayer mismo Pero todavía es tan dulce Que hace temblar. Es un recuerdo de ti en treinta años Un poco desmemoriada, como tú estarás entonces.
Página de diario En Boloña, en la Fontaina Un camarero astuto y liso Sin hablar, con una sonrisa Abre para nosotros una puerta. La habitación vacía y soleada daba Hacia un canal Por cuyo silencio Una flota de patos navegaba. Un vino de oro esplendía en los vasos Y nos embriagó; El amor en tus ojos negros Fuego en un claro, se incendió.
Originales
Bacche e ruggine L’accendersi improvviso delle lampade nella nebbia del ponte, l’arcana luce dei tuoi capelli neri riflessa dall’acqua che si muove. Il giorno d’inverno ha fiorito di bacche le siepi deserte, di ruggine vestito i cancelli, il silenzio dura sino a notte
Quando l`estate finisce Oh, il colore rosso della tua camicetta questa prima sera di pioggia nell’ora dolce che aspetta che si accendano le lampade cara pioggia di fine estate sulla soglia della tua casa, care braccia a me allacciate, quieti discorsi e rumori di pioggia sin che arriva l’ora di notte.
Amore a me… Amore a me vicino di tua crudeltà mi consola, fuori è notte e cade una dolce pioggia improvvisa. La famigliare lampada rivela le intime e care cose, amore parla e parla di te sommesso, come acqua fra erbe alte.
Il bagno in questo canale fra viti spruzzate di verderame nel caloroso pomeriggio estivo facevi un bagno giulivo. Eri piccola e nuda, beata dell’acqua che voleva portarti via, dove vanno le libellule.
Altra volta nel buio Altra volta nel buio della stanza ti vidi tingere, luce paziente, l’orlo del davanzale di rosso. Era l’estate dell’anno… Calda l’aria di un giorno perduto che l’amore di te muoveva la pianura e l’ombra lunga degli alberi.
Incompiuta Nell’argentea stagione al finire tormentoso dell’anno la bellezza dei fiori muore al fiato freddo dell’alba, inutile nasce il sole. Così il tuo bruno volto, l’incarnato pigro che il garofano ora vince immobile meriggio e grevi nubi della matura giovinezza annuncia.
Quando tu sei lontana Quando tu sei lontana svegliandomi cerco il tuo delicato gonfio petto triste e goloso come un bambino svezzato. Quando tu sei lontana e viene la sera invernale adorna di giacinti, e tu torni a casa sola portando sul collo di pelliccia l’odore del freddo, e ti scaldi le mani alla fiamma aspettando un po’ ad accendere la luce, e ci si è abituati alla sommessa compagnia delle lettere…
Ifigenia Ali di colombi strepitano nel sereno meriggio; fra i biancospini polverosi qualche pianta da frutto timorosa nasconde tra le foglie le promesse che autunno coglierà. Sul carro che monotono la porta in questa strana placida terra Ifigenia pensa allo sposo e a sé… Già s’è alzata la luna, una chiara luna che sembra d’acqua nel grande splendore del cielo, ed appena si vede. La fanciulla Ifigenia volge intorno i piccoli occhi puri, le palpebre le scottano, le sue mani brune si posano lievi sui capelli. Le pare d’essere nuova, senza ricordi, che tutto cominci ora. A una svolta si riempie le palme di tenere e lunghe foglie di gaggìa.
A Ninetta Con le guance di fuoco e gli occhi ridenti camminavi per una selva. Il sole scherzava con l’acqua che fuggiva via. C’erano il ginepro aromatico e le grandi felci fiere e i misteriosi licheni… Sorse la luna chiara fra i rami.
Amore La luna coronata di margherite ride nei vaghi occhi infermi, caprioli d’argento scherzano nelle radure del cielo. I fiori si macchiano di sangue… Oh, lontana, lontana, in questa notte, come una nave con le sue vele nel mare scuro… Ma presto verrà il tempo arido e melodioso dei papaveri, e tu sarai tornata già donna.
Frammento escluso da “La camara da letto” “Sono qui tra un arrivo e una partenza” sto scrivendo, recluso volontario nel salottino verde, unica stanza sgombra da valige bauletti ceste borse pronte al trasferimento in montagna, evento necessario, abitudine salùbre impostaci dalla dolcezza della forte delicata emicranica N., esecutrice senza incertezze d’un progetto di restauro della casa che i maremmani edificarono in anni lontanissimi e gli eredi, calati nella pianura generosa ad offrire doni e rischi, lasciano rovinare in lenta pace. Bernardo, suocero mite le dà una mano senza far vedere, ma per i sentieri della lunga, vedova notte i lumini dell’insonnia tornano quali furono alimentati a olio di lino nella sua infanzia selvatica e inquieta in stanze – nuovamente fiorate da corolle purpuree sull’azzurro del muro – che nel soggiorno agostano ospiteranno i nipoti, l’impetuoso portatore del suo nome e il secondo nato, già con lui dialogante, il primamente pensoso Giuseppe tonduto quasi a tradimento contro di me nella chioma castana, di gambe che si allungano. È un’ardente fervorosa mattina di luglio, i figli della famiglia proprietaria affidati alla malizia all’amicizia di chi, uomini e donne in ordine sparso, attende alla raccolta del secco, sonoro fieno. Io dipingo una mia immagine riflessa sullo specchio che fa il vetro, mobile per un po’ di vento della portafinestra mal chiusa sul giardino che alla sfiorita esausta rosa alterna il fiore stordente della materna stuprata magnolia…
La rosa bianca Coglierò per te l’ultima rosa del giardino, la rosa bianca che fiorisce nelle prime nebbie. Le avide api l’hanno visitata sino a ieri, ma è ancora così dolce che fa tremare. È un ritratto di te a trent’anni, un po’ smemorata, come tu sarai allora.
Pagina di diario A Bologna, alla Fontanina, un cameriere furbo e liso senza parlare, con un sorriso aprì per noi una porticina. La stanza vuota e assolata dava su un canale per cui silenziosa, uguale, una flotta d’anatre navigava. Un vino d’oro splendeva nei bicchieri che ci inebbriò; l’amore, nei tuoi occhi neri, fuoco in una radura, s’incendiò.