Por David Noria

Para Sévana
Por el canal Saint-Martin París se viste de luz
los blancos cerezos cuelgan como hijos menores de las nubes
–diurnos faroles de papel, fuego de flores–
mientras las margaritas esparcidas en el pasto
trazan la constelación de Aries
En las orillas, con pantalones y bufanda, los pájaros en picnic
se cuentan cómo pasaron sus migraciones
y los niños están jugando con la pelota del sol
Tú y yo caminamos en marcha pastoral
hasta la Filarmónica, castillo de cristal y viento
Un intermedio contigo –segunda llamada–
me gusta tanto como el programa musical
Xenakis y el espacio, profecías de Stravinski
El clima está suave por fin. La Rue Daguerre nos traslada
a una calle de México
donde dejamos resonando pisadas empedradas
donde soltamos de su jaula carcajadas de barro y plumas
La cascada del parque Montsouris
sigue cayendo
invitando a los niños valientes
a jugar con su cabello de vitral y canto
No muy lejos una tumba
recibe el ramo más escogido de nuestra garganta
perlado por el rocío de los ojos
–ramillete inmarcesible–
y el pan fresco de nuestra visita
pero es un pan, en verdad, que al darse se recibe
El canal Saint-Martin de noche es la pasarela de la luna
que al vernos quiere bajar en bata y perfumada de lavanda
La Filarmónica cerrada es el cofre del silencio
del que nos llevamos su collar de melodías
La cascada del parque tiene frío y se cobija
con nuestros pensamientos
Y dicen que el sepulcro del poeta
desde aquella tarde
está abierto
