Por Rubiel G. Labarta
Los amigos, inclinados sobre una taza de café humeante, son parecidos a la leña verde que arde en el fogón. Este va a ser un día normal y aquí jugamos a podrirnos en la tarde de los municipios. Una vez vi los cedros incendiándose en la manigua, cuento. Ellos beben a sorbos y me miran con el ojo de la eternidad. Un ojo humeante y nervioso por el que no se puede ver hacia el futuro. Mientras yo soplo la leña, ellos soplan el café y relatan historias donde estoy ausente. Hurgan en la nostalgia con el bastón de remover las brasas. Tal vez hubo una carta hablando de la sequía y el calor y las claudicaciones. Dos o tres llamadas telefónicas para marcar los territorios del recuerdo. En torno a la mesa quedan los amigos, una visión borrosa entre el humo del café y el humo de la leña, así, detenidos, comenzando a podrirse en la tarde de los municipios.