Por Alonso Belaúnde
a Julio del Valle
Qué tan alto volaremos, Ícaro rozando el agua con las puntas de las alas atravesaremos sin pensar la humedad de una nube sin que algún miedo nos detenga. Qué tan alto caeremos, sin temer la espuma que se agita por debajo las peñas salientes que asoman del océano o el agua helada que perfora las corrientes. La cera, que nuestros padres amorosamente untaron a las plumas que diariamente tu mano acomodó fueron lecciones del viento, guías audaces en los mapas velas que iluminaron mis papeles del año y palabras que el tiempo nos enseñó. Tan alto caerán junto a nosotros, en solo una tarde, al acariciar el cielo con delicadeza nuestra piel: El calor hirviente en las pequeñas costras de nuestra espalda El sol que se hace un hogar en nuestros cuerpos.
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