Por Ronald Abilio Noda
Porque una vela se ha encendido en su misterio Y su luz pasa tras aquellos ventanales y recibe la alegría de una mesa Y esto se transforma en un espectáculo de oro y fuego, Interiores en los que la felicidad es como una vela perenne, Estructuras cansadas ante las miradas inquietas de los que pasan. Porque han ido con ellos los amores pasados Porque se ha saciado el tibio encuentro de las manos en la escalera Y se encienden unas tras otras las farolas de la calle. A resguardo una vieja rosa que había significado el péndulo del mundo, Cajas grisáceas con sus papeles desordenados y sus notas apiladas Y una pequeña llama, y otra, y otra más. Encendidos los candelabros hay como una reverencia a la infinitud de sus noches Como un cuento que se dice una y mil veces, y transcurre el silencio, Pasa en las amuralladas distancias de una casona Se vuelve sobre una habitación y la vejez que se sienta a contemplar su vacío Sillones siempre alineados que se mecen interminablemente como un juego de luces Y esto es todo, un preciado vínculo con la arrogancia, Una queja mal disimulada ante las barandillas y un baile, Una necesidad de fuegos encendiéndose hasta el infinito como la vista de esta calle Y pasan los años como las luces y pasa el tiempo de los candelabros, Todo se vuelca como una dulzura inútil del fuego Y la vela sigue en su centro, nunca parece detenerse Y el misterio nos rodea como si fuera su humo, pero ya no somos sino la vieja cena Una eterna dilatación de las conversaciones y de la torpe sensación que nos mueve.