Reseña de Nuestra lengua, de David Noria
Por Ronald Abilio Noda
Debajo de nuestras palabras está el misterio de los siglos, he aquí una contradicción que se nos hace hasta la comprensión del mundo en cada ritmo del habla. La lengua es la amplitud que nos fue dada y la movilidad con que damos substancia a nuestra vida. De este modo es la pronunciación una categoría mística que llama y otorga a su vez la existencia total de los objetos. Pero cuando decimos no estamos siendo nosotros en la ocupación verbal de las cosas, sino que hay una historia que las ocupa de antemano en nuestra pronunciación. Hemos venido en los siglos de cambios constante y en la lucha permanente entre la denominación y la idea. Se nos ha dado una particularidad en esta forma universal de la historia y esta es precisamente el español. La lengua llena los sentidos nacionales de Hispanoamérica, pero es mucho más que eso, ha sido el sostén de los labriegos y la trenzadura de los ovillos de lana marcados en un fuego inmemorial. La historia literaria es la sucesión del espíritu que intenta expandirse hacia su origen primerizo de eternidad siempre, pero la historia del español es la historia del alma individual, de las familias sentadas a la mesa mientras sacuden de su lomo los rigores de la jornada y conversan afablemente, y ríen y acaso los niños inventen, es decir encuentren, un juego sonoro que se va significando de a poco hasta hacerse lenguaje vivo en la inmediatez. En cada cosa que nos llena, la lengua ha topado su espesura y ha condicionado al objeto; desde el antiguo latín los ecos han causado la precisión, la vuelta indefinible llevada en los acentos originarios y en la anchura visigoda, árabe y americana. La expresión de una lengua es la inocencia y la fiereza con que se adecua a su propia condición, lo significante siempre está más allá de lo abarcable y es por ello que en el tiempo histórico una lengua define su multiplicidad en la totalidad de sus acciones verbales.
En Nuestra Lengua, libro de David Noria publicado por la ASALE, la historia se desentraña más allá de su mera sucesión dado que se busca esa esencia verbal primera, esas inquietudes que conlleva el idioma en su característica específica. David ha titulado su libro Nuestra lengua y con ese “nuestra” ya está el símbolo que nos ha sido dado como una profecía; en parte la historia de América es la del español más que la de las sucesivas conquistas y guerras, el destino hispánico es una certeza del alma y esto no conlleva unas tradiciones, sino un modo de reconocerse en la ruptura de los orígenes que son dados desde la apretada organización de una gramática de la conciencia más que del idioma en sí mismo. La españolidad está en su universo desde las confusiones babélicas de su vocerío, es una fuerza que intuye mágicamente la suavidad y la dureza hasta esparcirse en la totalidad como un incensario que se agita en lo desvanecido. El mundo es expresión y esto nos hace precisamente humanos de modo que nuestra humanidad se da en los cambios de la lengua particular. David Noria menciona el estupor de las futuras generaciones ante el encuentro de una palabra que para nosotros tiene un origen reconocible, esta búsqueda etimológica futura será un modo de unión de forma que nuestra alma estará en la futuridad de la visión primera, es decir de la misma manera que Horacio habita no ya la suavidad de la poesía de Fray Luis, sino también el alma primera de la lengua del traductor, así estaremos siempre en la pronunciación de los hombres venideros como un recurso histórico que será dado a través de algo que nos sobrepasa: el espíritu literario y la sencillez de la charla común.
Cuando los ásperos romanos conquistaban el mundo y llevaban hacia sí la mundanalidad de las cosas y tomaban el polvo y lo esparcían y de él estaba la palabra como un yugo que convenía los ritos y la labranza, en el duro asiento de la bética resonaba el comienzo de toda una sucesión de voces encendidas como llamas que irían cubriendo la antorcha venidera. El español no existía en los dominios de Roma, pero ya sonaba Hispania, esta no era una historia cronológica, sino una eternidad dispuesta a la historia y es por esta razón que David en su libro nos muestra las sucesiones del español en su relación existencial. Los visigodos y la fractura del reino, la invasión árabe, la conquista americana, la expulsión de los judíos, todo esto se aúna en una amplitud de la lengua, en cada pronunciación, de modo que la conquista romana ha de subordinarse a la gracia de los aztecas que escuchan los incomprensibles balbuceos de Cortés y su grupo. El gran misterio de la lengua está esparcido en sí como una sentencia abierta a los tiempos de la que provendrá el vínculo único. El castellano sale desde el norte de la península ibérica a llenar de contenido las zonas del sur y allí se llena de dulzura morisca y sale hacia el mundo más como una lengua universal como antaño fuera el latín que como una fuerza particular en la que se expresan las miradas inquietas de los habitantes de un lugar determinado.
Al poniente y al oriente el español cifra su magnitud, es en América el linaje de la pureza visto hacia la entraña diversa de una naturaleza abarcable en una denominación que sobrepasa la lengua de los conquistadores y la hace lenguaje universal. Sin embargo, Nuestra lengua nos habla de un viaje de unión en que Rufino José Cuervo al viajar a Turquía encuentra en las comunidades sefardíes esa dispersión de la lengua recogida nuevamente. En la lejanía está la rumorosa voz de la antigüedad, pero esa antigüedad es otra y sin embargo es también la gracia americana. La lengua española dentro de las lenguas europeas es de este modo la que adquiere nuevas denominaciones posibles, la que construye una nueva romania para sí y llega a ser una cultura propia que encuentra su afán poético en la creación de nuevas modalidades. David nos habla de la capacidad de sintaxis, nos dice que en América es precisamente que la lengua adquiere una característica sintáctica supralingüística y suprahistórica, es decir de mezcla de todas sus posibilidades y es acá también que se determina una literatura auténticamente universal e hispánica. Los comentarios reales del Inca Garcilaso de la Vega depuran lo castizo del habla española y sumergen a la América en su territorialidad lingüística, luego la poesía modernista habrá de determinar una lengua de la emoción y del ritmo. La esencia de la lengua española es precisamente la vastedad y lo variable, de modo que han de sucederse los acentos del estilo desde la aridez desértica hasta la boscosa confusión como un fuego que determina las hendiduras del acero. Nuestra lengua de David Noria viene a unir el tiempo en su afán de convertir la historia en simplicidad del habla, en estudio de las sustancias más allá de lo cambiante. Su apunte está hacia el futuro y es en ello un vuelco a la potencia primera del español que se adquiere en la transoceanización del signo, en la hispanidad americana como hechura total. De este modo es un libro que se acerca a la jovialidad de las generaciones venideras y al misterio que supondrá no solo nuestra lengua actual, sino nuestra historia propia llena de una cultura desarrollada desde la base hispánica y que contiene la babélica esencia de los distintos pueblos que nos han hecho, desde Roma, pasando por los visigodos y árabes, hasta mexicas, mayas, caribeños, y africanos de distintas regiones. En ello es el español una fuerza que ha detallado nuestra intención de comunicarnos más allá de identidades personales de modo que ha sido la lengua de la comunión y en cierto sentido de la hospitalidad. David nos habla en su libro de la posibilidad de nuestra lengua y en esto están esos valores civilizatorios que nos han llevado desde la constitución de un cuerpo civil de respeto a la semejanza humana a la búsqueda de la belleza y la poesía, todo ello en la superación, mediante el espíritu, de nuestras almas como expresión de la lengua española.