Por Carlos Ávila Villamar
Viaje de regreso
Hay una hora en la que todo parece demasiado tarde las calles están medio desiertas, y los pájaros huyen aterrados por el regreso de la noche antigua el aire es transparente como nunca, tanto que todavía puede verse el pasado inmediato y puede verse la ventisca de muerte que en unos segundos agitará los árboles. Me afectan las cosas irreversibles, el punto crítico que nunca se manifiesta, pero que sin duda existió y ahora la tarde se detiene la tarde no sabe que ya no hay vuelta atrás. Los viajes de regreso pueden ser demasiado tristes. Las luces ya encendidas de las casas aguardan una noche que se demora, que no va a llegar.
Los rostros
Solo recuerdo esa parte del sueño el viaje en automóvil por la ciudad los colores nocturnos, húmedos y cremosos. El vidrio grueso de los sitios elegantes las luces indecisas de los negocios pequeños el coral marchito de las ruinas. Viendo la ciudad y la conmutación urbana de rostros de partes de rostros, pensé que quizás podría encontrarte. Y basta el deseo o el miedo al deseo de encontrarte para corromper el sueño. Te encontré saliendo de un edificio, me viste enseguida y sonreíste con tristeza. Como si supieras que en verdad no nos estábamos viendo porque no podemos vernos. Como si fuera ese también tu sueño involuntario, triste, aturdido por una breve y dolorosa felicidad. Como si supieras tan bien como yo, que el recuerdo de ese sueño inocente no se iría en semanas.
La soledad del otro
Los remolinos del patio, huracanes rastreros, hacen guirnaldas de hojas secas en el aire, y un niño desconocido en un patio parecido al mío empinará el cometa alto que ahora deja su sombra en mi patio. El pavimento espera las primeras gotas de lluvia.
La plaga
Por mi antigua casa pasó una plaga de saltamontes. Nos enteramos cuando empezaron a estrellarse contra las persianas Recuerdo ese sonido seco de revoloteo enloquecido. Parecían insectos falsos, engendrados por una aberrada floresta como si a las hojas de los árboles les hubieran salido ojos y alas. Entraban a la casa deshechos, una tormenta de patas y alas se podía pensar que la vida en falso de aquellos seres solo podía durar un instante antes de regresar a ese estado efervescente de la materia entre lo vivo y lo no vivo. Luego había que barrer cientos y cientos de saltamontes momificados. Muertos no pesaban nada, aquellos cascarones pesaban menos que el aire. Así terminaba la plaga, de manera inexplicable como mismo había empezado. Aquella fuerza vital destructiva terminaba sin explicación, sin propósito en la naturaleza. A veces uno se encontraba sobrevivientes ermitaños oscuros, camuflados en la exuberancia interminable del patio. Parecían querer gritarnos que no los molestáramos.
Sótanos
La noche existe para una única ventana encendida y en ese interior sagrado la bombilla alumbra solo para un hombre que sin querer se ha dormido fuera de su cama. La mano cuelga a cinco centímetros del suelo. La bombilla alumbra para nadie la noche existe para nadie. La vieja noche conoce el desdén del sueño de los hombres y las bestias dormidas la luz se refleja débil e inútil en los cuadrados del piso y las sombras espantadas tras los objetos, dan la espalda al centro del mundo, huyen por los muebles y las paredes se encaraman en el techo creando geometrías efímeras y confusas, ensayando mundos imitando el sueño del dormido. La mesa, el papel, el reloj, serán menos reales que el mundo secreto del dormido. No pesan nada pueden borrarse con un soplo de viento. El sueño se abre y se cierra en sus confines, el aleteo circular del universo, la vida en su límite de pesadilla. En el sótano oculto de todo sueño duerme una pesadilla como un monstruo de sueño frágil, sacude una oreja respira de manera profunda y tenebrosa y al respirar el monstruo se presiente en el sueño y lo presiente el mundo exterior, la luz, la mesa, el cuarto nuestra noche indefensa cuelga del sueño ese monstruo.
NOTA: Estos poemas fueron publicados en Upsalón (Suplemento “Muestrario Apócrifo”), Small Blue Library e Interliteraria entre 2019 y 2021.