Por David Noria
De veintidós años llegó Horacio a Atenas, en el 45 ante. Para entonces, el poeta Meleagro había muerto hacía dos décadas y su obra ya era ampliamente reconocida a lo largo del Mediterráneo. Entre los muchos autores griegos que Horacio y la juventud latina estudiaron en su lengua original no pudo haber faltado aquel poeta-editor, políglota y viajero, que se dio a la tarea de recopilar la producción poética de su tiempo en una antología conocida como Corona o Guirnalda, que alcanzó gran notoriedad en la antigüedad y fue definitiva, aunque menguada por el tiempo y depurada por Bizancio, para la transmisión del corpus de epigramas alejandrinos a la modernidad. Contra una lectura equívoca de Diógenes Laercio que situaría a Meleagro dos siglos antes, los filólogos han determinado que éste tuvo su madurez hacia el año 94 ante. De aquí se ha inferido que debió nacer entre 140 y 130, y morir alrededor del 70. La curiosa tradición que mueve a los poetas a escribir sus propios epitafios tiene en él a uno de sus precursores:
La isla de Tiro me crió, fue mi tierra materna
el Ática de Asiria, Gádara, y nací de Éucrates
yo, Meleagro, a quien dieron antaño las Musas
el poder cultivar las Gracias menipeas.
Sirio soy. ¿Qué te asombra, extranjero, si el mundo es la patria
en que todos vivimos, paridos por el Caos?
(Anth. Pal. VII, 417)[1]
Mas, ¿cuál de las dos Gádaras del Asia Menor fuera su ciudad natal, la de la provincia de Perea, cerca del río Jordán, o la de Idumea? “Personne que je sache n’a discuté la question”, confiesa Henri Ouvré en su magno Méléagre de Gadara. Baste saber que era una ciudad griega en un medio sirio, cuyas lenguas y culturas poseyó el poeta. La fama lo alcanzó en sus días y no sería de extrañar que su obra, una verdadera primicia editorial entre los círculos cultos del momento, hubiera sido un texto consultado con avidez por los estudiantes, entre ellos los helenizados romanos de la generación de Augusto.
Poema “Idilio de la Primavera”
Un idilio, etimológicamente, equivale a estampa o viñeta. El único poema hexamétrico que conservamos de Meleagro se ha transmitido bajo el nombre de “Idilio de la primavera”. Con vocabulario jónico y formulación estudiadamente homérica, describe la llegada de la estación florida con varios motivos que se harán convencionales a partir de entonces en la poesía lírica. El final del poema bien podría ser considerado un descubrimiento estético.
En español este poema no escapó a la atención de José Luis Martínez, quien presentó su traducción a partir de la versión francesa de Robert Brasillach y Simone Weil en el volumen que sobre Grecia realizara en la memorable serie El Mundo Antiguo de la Secretaria de Educación Pública en México. Su versión recrea el poema antiguo con libertad, buen gusto y buen oído (“golondrina en alero y el alción en las olas”). Por mi parte, acometí una traducción directa. Dos versiones para la misma primavera, según fue vista en toda su frescura por Meleagro, el amable estudioso sirio-griego.
Versión de David Noria
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Distante el ventarrón de un invierno ya ausente
púrpura sonrió la primavera que da flores.
La renegrida tierra se coronó del verde
de la grama y con nuevas hojas las plantas
se dejaron crecer el cabello.
Bebiendo el delicado rocío matinal
ríen los prados, abierta la rosa.
Se deleita en la flauta un pastor
y en los grises cabritos se goza el cabrero.
Ya navega por anchas olas el marino
con el soplo apaciguado del céfiro
que abulta insinuante las velas de lino.
Ya claman a Dioniso, dador del racimo,
los tres veces ataviados con las flores de la hiedra.
Trabajos con arte forjados hay de la abeja:
miel deliciosa produce cada una en su celda,
blancos ungüentos del panal perforado de cera.
La familia de aves resuena por todo camino:
golondrina en alero y el alción en las olas,×
cisne a la vera del río, ruiseñor sobre el bosque.
Y, si la fronda de las plantas saluda y ha prosperado la tierra,
si toca la flauta el pastor y la oveja lanuda está alegre,
si el navegante navega y si danza Dioniso,
si el pájaro silba y la abeja procrea…
¿Cómo, poeta, no cantar a tu vez la primavera?
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Versión de José Luis Martínez
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Despeja al fin el cielo el viento del invierno
y tú llegas sonriendo primavera opulenta.
La tierra sombría se cubre de verde hierba,
brotes y nuevas hojas engalanan los árboles,
ríen los prados con el rocío de la aurora,
las rosas han abierto con el sol sus corolas,
alegre es la tonada del pastor en su flauta,
frente a las cabras salta una cabra más blanca,
navegan ya marinos sobre las amplias olas
y con la brisa hínchanse como senos las velas,
festejan a Diónisos con ramos de sus viñas.
La abeja, surgida del toro, ya se ingenia
en la labor magnífica de su panal activo
y funde la hermosa frescura de la cera,
y los pájaros lanzan sus cantos y sus gritos,
golondrina en alero y el alción en las olas,
el cisne en el lago y el ruiseñor del bosque.
Y si el prado florece y el árbol se engalana,
si la flauta que canta divierte al pastor,
si la alegría anima los rebaños lanosos,
si el marino navega y el vino hace danzar,
la abeja hace su miel y el pájaro su canto,
¿Cómo podría dejar a su vez el poeta
de cantarte a ti también, la primavera?
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Texto original
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χείματος ἠνεμόεντος ἀπ᾽ αἰθέρος οἰχομένοιο,
πορφυρέη μείδησε φερανθέος εἴαρος ὥρη.
γαῖα δὲ κυανέη χλοερὴν ἐστέψατο ποίην,
καὶ φυτὰ θηλήσαντα νέοις ἐκόμησε πετήλοις.
οἱ δ᾽ ἁπαλὴν πίνοντες ἀεξιφύτου δρόσον Ἠοῦς
λειμῶνες γελόωσιν, ἀνοιγομένοιο ῥόδοιο.
χαίρει καὶ σύριγγι νομεὺς ἐν ὄρεσσι λιγαίνων,
καὶ πολιοῖς ἐρίφοις ἐπιτέρπεται αἰπόλος αἰγῶν.
ἤδη δὲ πλώουσιν ἐπ᾽ εὐρέα κύματα ναῦται
πνοιῇ ἀπημάντῳ Ζεφύρου λίνα κολπώσαντος.
ἤδη δ᾽ εὐάζουσι φερεσταφύλῳ Διονύσῳ,
ἄνθεϊ βοτρυόεντος ἐρεψάμενοι τρίχα κισσοῦ,
ἔργα δὲ τεχνήεντα βοηγενέεσσι μελίσσαις
καλὰ μέλει, καὶ σίμβλῳ ἐφήμεναι ἐργάζονται
λευκὰ πολυτρήτοιο νεόρρυτα κάλλεα κηροῦ
πάντῃ δ᾽ ὀρνίθων γενεὴ λιγύφωνον ἀείδει,
ἀλκυόνες περὶ κῦμα, χελιδόνες ἀμφὶ μέλαθρα,
κύκνος ἐπ᾽ ὄχθαισιν ποταμοῦ, καὶ ὑπ᾽ ἄλσος ἀηδών.
εἰ δὲ φυτῶν χαίρουσι κόμαι, καὶ γαῖα τέθηλεν,
συρίζει δὲ νομεὺς, καὶ τέρπεται εὔκομα μῆλα,
καὶ ναῦται πλώουσι, Διώνυσος δὲ χορεύει,
καὶ μέλπει πετεεινά, καὶ ὠδίνουσι μέλισσαι,
πῶς οὐχ; χρὴ καὶ ἀοιδὸν ἐν εἴαρι καλὸν ἀεῖσαι;
[1] Antología Palatina I, epigramas helenísticos, traducción e introducción de Manuel Fernández-Galiano, Gredos, Madrid, 1978 (2008, segunda reimpresión), p. 401. MF-G dice “siro”, donde nosotros “sirio”.
× Verso de José Luis Martínez.