Por Ronald Abilio Noda
Víspera de todos los santos y la media luna inclinada sobre las mareas
Cantos terribles sobre las rocas y su resignación en el musgo como aquellos que han rendido su alma
¿Quiénes? Ellos solamente, dedicación, los tesoros largamente acumulados,
Las cuentas y el destino; y entonces en medio de las oraciones un instante sencillo
Una capilla que vence la inquietud como si fuese la osamenta recuperada, humo y polvo
Cuando ellos iban, insensatos, por unas voces medio secas en una calle demasiado estrecha
Jugaban con el día y con la medianoche, y se decían susurrando que eran ellos mismos los continuadores
Como un presagio en sus cartilaginosas fauces
Como un presagio de truenos y de bosques llameantes que nunca sacian su madera
Y al menos en sus labios el carbón que purifica
Al menos la palabra que ha de ser pronunciada para la eternidad de sus noches
Y el año que vendría: un año lleno de trigo y de maderas que flotan
En el mes de las cosechas, y luego más allá cuando no quede nada
Y el verde sea el último aliento de los pueblos contra el destierro de la cigüeña
Garwain, viejo amigo, y el obispo de Cluny, devastación
Sus viejos señoríos echados a la bruma, al instante disuelto de sus consternaciones,
Al miedo; y su lógica explicada a la gente común, a un terrible misterio que desgasta el sacramento
Y se hace hacia sí mismo, carne de hueso y hueso de los polvos esparcidos,
Antes, y antes de todo aquello, cuando nada era aún y conversábamos en la penumbra de un portal
Un dulce jardín extendido ante las aguas como una fruta que ha sido dispuesta para la cena
Y los tres reyes, ellos, que hablaban con sus antiguos sirvientes, con sus padres
Las ropas ajustadas y el símbolo de la constelación,
Pero los muertos decían... decían sus siglos a una voz, y a dos, y a tres
"La falsedad y el oro, las coronas, los mantos, las tristes oraciones
Y los péndulos ondeantes que no cesan entre la media mañana y el abismo