Por Olga Tokarczuk
Traducción Carlos Jaime Jiménez
El Vagabundo
Empezaré hablando de un grabado bien conocido de autor anónimo, publicado en 1888 por el astrónomo francés Camille Flammmarion. Representa a un vagabundo que ha arribado a los límites del mundo y que, asomando su cabeza fuera de la esfera terrestre, se deleita ante la vista de un cosmos ordenado y armonioso. He amado esta imagen maravillosamente metafórica desde que era una niña, y revela nuevas capas de significado cada vez que la observo, con su concepción de lo humano tan alejada de Leonardo da Vinci y su visión del estático y triunfalista hombre de Vitruvio como medida del universo, y de nuestra propia humanidad.
En la versión de Flammarion se nos presenta al hombre en movimiento, un vagabundo con bastón de peregrino, vistiendo una capa de viaje y un gorro. Aunque no podemos ver su rostro, podemos adivinar su expresión -una mezcla de placer, fascinación y desconcierto ante la armonía y magnitud del mundo que está más allá de lo que alcanzamos a ver. Podemos avizorar solo una fracción desde donde estamos, pero este vagabundo seguro es capaz de ver mucho más. Vemos esferas marcadas, cuerpos celestiales, órbitas, nubes y rayos -las dimensiones cuasi-inexpresables del universo, que sin dudas se tornan cada vez más complejas, hasta el infinito. Las máquinas con ruedas mostradas en la esquina superior izquierda, que aparecen con frecuencia en la compañía de seres angelicales en las visiones de Ezequiel, son otro símbolo de lo incomprensible. Por otro lado, a espaldas del vagabundo se encuentra el mundo, con la naturaleza siendo representada por árboles enormes y otros tipos de vegetación, y la cultura representada por las torres de una ciudad. Todo esto suena bastante convencional, por no decir aburrido. Podemos asumir que lo que vemos en este grabado es el momento final en el largo viaje del vagabundo -él ha tenido éxito donde otros tantos han fallado: ha arribado a los confines de la tierra. ¿Y ahora qué?
Tengo la impresión de que este misterioso grabado de autor desconocido es una metáfora perfecta del momento en que nos encontramos todos.
Sesamicidad
A menudo confundimos el infinito con el caos, dado que el infinito no nos permite aplicar ningún marco de pensamiento o estructura cognitiva. No existen mapas del infinito. El infinito rechaza al hombre como medida.
Para una persona que quiera comulgar con el infinito, es suficiente con navegar la internet. Allí, la sensación abrumadora de que el mundo es demasiado expansivo nos enseña a practicar una resignación cauta -simplemente seguiré mi propia ruta, aprendiendo a ignorar las curiosidades que refulgen a los lados del camino, haré como Lot cuando escapaba de Sodoma devorada por el fuego, tendré la suficiente fuerza de voluntad para no voltearme a mirar, a diferencia de su cónyuge, condenada por la curiosidad.
Nombrémoslo Síndrome de la mujer de Lot. Es observable cuando quedamos atrapados delante de nuestras pantallas –una suerte de catatonia contemporánea. Este síndrome afecta a millones de adolescentes, sobre todo, e individuos en general que, en particular durante la más reciente pandemia, a pesar de las advertencias, han puesto sus ojos en las ciudades en llamas y no han podido apartar la mirada desde entonces.
Surfeando en busca de algún fragmento de información, a menudo me ha embargado la sensación de estar nadando en un vasto océano de datos que, por demás, se encuentra en un constante proceso de autoformación y autorreferencia. Quién haya acuñado el término “surfear” para referirse a dicha actividad es realmente un genio. La imagen de una persona solitaria que, con la ayuda de una modesta tabla, remonta la cresta de una ola a través de un océano enfurecido, se halla aquí totalmente justificada. El surfista es transportado por los elementos, él mismo apenas es capaz de ejercer influencia en su trayectoria -debe fiarse de la energía y el movimiento de la ola. Notemos que esta sensación de ser meramente el objeto de una fuerza motriz que no depende de nosotros , y por ende, el ser guiados , arrastrados por la fuerza de una inercia misteriosa; resucita la idea del destino o hado, entendido ahora de manera diferente -como una red de dependencias respecto a los otros, una manera de heredar patrones de comportamiento no solo biológicos, sino también culturales, dando como resultado una discusión de identidades, la cual permanece viva y en constante movimiento.
La sensación de infinitud estalló en el Homo consumens cuando su mundo comenzó a tener similitudes con un cofre escondido que contiene un tesoro. Decimos “Ábrete, Sésamo”, ¡y -ya está! El cofre se ha abierto, abrumándonos con la opulencia de los servicios que ofrece, los objetos, variedades, estilos, acabados, tendencias. Todo el mundo ha experimentado al menos alguna vez esta multiplicidad de ofertas propia de un cuento de hadas, junto con la perturbadora sospecha de que necesitaríamos muchas vidas para poder sacar provecho de todo lo que se nos ofrece.
Tampoco queda claro cómo fue que nuestras vidas se vieron reducidas a la adquisición de nuevos bienes, la contratación de servicios ofrecidos a través de un mostrador interminable. En una historia del siempre brillante Philip K. Dick, fábricas controladas por una inteligencia demencial, se ven imposibilitadas de parar la producción, por lo cual deben crear un comprador ideal para el número infinito de bienes planificados, un superconsumidor, hipnotizado por el cosmos de productos, un cliente para el cual la vida consistirá en probar y saborear variaciones de esto y aquello, deliberando acerca de marcas de creyón labial, dispositivos tecnológicos, perfumes, ropa, autos y tostadoras, promocionados por programas de televisión y revistas que el superconsumidor puede consultar a la hora de elegir qué comprar. Esta visión, tan futurista en la década de 1960, se ha materializado más rápido de lo previsto. Es una descripción de nuestra situación actual.
Lo mismo se aplica al consumo de bienes intelectuales. Los recursos de las bibliotecas virtuales se han convertido en infinitos. Sentado en una computadora, uno realmente tiene la impresión de que la humanidad se halla maniobrando a través de un cofre abierto cuyo contenido ya no puede ser avizorado o contenido -ni los autores, ni los títulos, ni las entradas bibliográficas. Asusta saber que mientras escribo estas palabras, cientos, o incluso miles de artículos, poemas, novelas, ensayos, reportes, y más, están siendo escritos. El infinito se reproduce a sí mismo, por sí mismo, esparciéndose, y nosotros le añadimos las frágiles herramientas conocidas como motores de búsqueda, con la intención de conservar la impresión de que aún mantenemos el control.
Mi generación ha lidiado particularmente mal con esto -después de todo, crecimos durante una época de escasez y privaciones, muchos de nosotros conservamos el instinto de acumular en tiempos de crisis, inflación, y situaciones similares. Es por ello que mi esposo colecciona periódicos y recorta los fragmentos que le interesan, mientras que, al mismo tiempo, con un sentido del deber propio de Noé, aún construye estantes para almacenar libros de papel.
Nuestra generación, y las generaciones anteriores, fueron entrenadas para decirle al mundo: SÍ, SÍ, SÍ. Nos mantuvimos repitiendo: intentaré esto y aquello, iré allá, experimentaré esto y lo otro. Agarraré esto y, ¿qué daño puede causar tomar aquello otro, también?
Ahora existe junto a nosotros una nueva generación que entiende que la decisión más ética y humana en esta situación es aprender a decir: NO, NO, NO. Renunciaré a esto y aquello. Limitaré esto y lo otro. No necesito eso. No quiero esto. Lo dejaré ir.
Mi nombre es Millones
Uno de los descubrimientos más importantes en años recientes -entre los descubrimientos que han causado un impacto en nuestra percepción de la esencia de lo humano- ha sido sin lugar a duda la aserción de que el organismo humano, al igual que las plantas y animales, interactúa con otros organismos en su proceso de desarrollo y funciones -que los organismos están conectados por una absoluta interdependencia. Gracias a los hallazgos en medicina y biología -comenzando por las ideas disruptivas de Lynn Margulis, según las cuales el mecanismo conductor de la evolución y la formación de las especies es la simbiosis, la interconectividad de los organismos, y continuando con los resultados de investigaciones contemporáneas -resulta que somos más un ser colectivo que individual, somos más como una república conformada por muchos organismos diferentes que una monarquía monolítica, estructurada jerárquicamente. “Tu cuerpo no es TODO TUYO: Solo el 43% de TUS CÉLULAS SON HUMANAS”, proclaman algunos titulares en la prensa popular, probablemente infundiendo ansiedad en muchos. No importa cuán a menudo te bañes, tu cuerpo permanece cubierto por poblaciones “vecinas” -bacterias, hongos, virus, arqueas. La mayoría residen en las lúgubres cavidades de nuestras entrañas. La reciente pandemia de coronavirus solidificó esta noción que parecería provenir directamente de un filme de horror -la humanidad podría ser colonizada en masa. Suena a la vez poco probable y totalmente revolucionario, teniendo en cuenta que, hasta hoy, la psicología y la filosofía han tendido a convertirnos en mónadas. El hombre monádico, un individuo siendo proyectado hacia la existencia, alzándose por sí solo encima de animales y plantas, siendo nombrado como la “corona de la creación”.
Esta es la imagen que ha dominado nuestras imaginaciones y nuestra auto-percepción. Mirándonos al espejo, veíamos a un conquistador pensante y auto-consciente, separado del mundo, frecuentemente solitario y trágico. La cara de un hombre blanco apareció en el espejo, y por alguna razón, todos acordamos que el término “hombre” poseía una resonancia majestuosa. Ahora sé que ese maravilloso Homo sapiens es solo un 43% de sí mismo. El resto está conformado por esas absurdas e insignificantes pequeñas criaturas que, hasta el momento, han sido fáciles de exterminar con antibióticos y pesticidas.
El adquirir conciencia de nuestra dependencia con respecto a otros seres, e incluso, de nuestra “multiorganismicidad”, introduce en nuestro pensamiento sobre lo orgánico la idea del enjambre, la simbiosis, la cooperación.
Creo que el pecado por el cual fuimos excluidos del paraíso no fue el sexo, ni la desobediencia, ni siquiera el haber descubierto los secretos de Dios, si no el habernos considerado como entidades separadas del resto del mundo, seres individuales y monolíticos. Simplemente nos negamos a ser parte de una relación. Abandonamos el paraíso bajo la vigilancia de un Dios igualmente separado del mundo, monolítico, monoteísta (no logro desprenderme la imagen de un Dios vistiendo guantes y una máscara), y a partir de entonces, comenzamos a cultivar los valores de dicho estado: el luchar por una integración mitologizada, por la totalidad, el encumbramiento del ego, el monismo monolítico, pensamiento analítico, el afán divisivo, la distinción forzada entre lo uno y lo otro (no pondrás a otros dioses por delante de mí), una religión monoteísta, discriminación, validación, jerarquía, separación, contrastes de blanco/negro, y finalmente, un narcisismo de la especie. Fundamos junto a Dios una compañía de responsabilidad limitada que monopolizó y destruyó al mundo y a nuestra conciencia. Gracias a lo cual perdimos totalmente la capacidad de entender la complejidad del mundo.
La percepción tradicional del ser humano está experimentando cambios dramáticos a día de hoy, no solo como resultado de la crisis climatológica, las epidemias y el descubrimiento de los límites del desarrollo económico, sino también través del nuevo reflejo que percibimos en nuestros espejos: la imagen del hombre blanco, el conquistador vistiendo trajes o gorros de safari, se atenúa y desparece, vemos en su lugar algo parecido a los rostros pintados por Giuseppe Arcimboldo -orgánicos, complejos, incomprensibles e híbridos -rostros que son síntesis de contextos biológicos, préstamos y referencias. Ya no somos tanto un bionte sino un holobionte, o sea, un grupo de organismos diferentes viviendo juntos en simbiosis. Complejidad, multiplicidad, diversidad, influencia mutua, metasimbiosis -estas son nuevas perspectivas a través de las cuales observar el mundo. Desdibujándose ante nuestros ojos, se encuentra también cierto aspecto importante del viejo sistema, que había parecido fundamental hasta ahora -la división dual de los géneros. Hoy puede ser visto con mayor claridad que el género humano se halla más bien entre las líneas de un continuum, con características que se mueven dentro de un rango fluido, en lugar del antiguo antagonismo entre opuestos.
Esta nueva perspectiva, basada en la complejidad, no percibe al mundo como un monolito jerárquicamente ordenado, en su lugar, lo ve como una red orgánica ramificada. Pero lo más importante es que, desde esta perspectiva, por primera vez empezamos a percibirnos como organismos variados y complejos -a esto nos ha llevado el descubrimiento de las ideas sobre microbiotas y holobiontes, junto con el descubrimiento de la influencia fundamental que tienen en nuestro cuerpo y nuestra psiquis -la manera en que afectan todo lo que consideramos humano.
Sospecho que las consecuencias psicológicas de dicho estado de cosas continuarán sorprendiéndonos. Puede que volvamos a entender la psiquis humana como la suma de muchas capas y estructuras. Quizás comencemos a tratar la personalidad como una suerte de conglomerado, y perderemos el miedo a pensar en las múltiples personalidades como algo totalmente normal y natural. En la esfera social, quizás habrá una nueva apreciación del valor de estructuras descentralizadas organizadas en redes, mientras que el estado jerárquico basado en la idea excluyente de la nación se tornará totalmente anacrónico. Quizás finalmente las religiones monoteístas, las cuales, como sabemos, muestran una tendencia abrumadora hacia los fundamentalismos, dejarán de estar en la posición de satisfacer las necesidades cambiantes de las personas, y se dará un proceso de “politeización”. En última instancia, el politeísmo parece estar mucho mejor alineado con la idea de democracia.
Hoy, esa construcción tradicional y elaborada del hombre apartado del resto del mundo está colapsando. Lo imagino como el colapso de un enorme árbol podrido. Aún así, el árbol no deja de existir, después de todo -solo su estatus cambia. A partir de ahora será el hogar de una vida aún más intensa: otras plantas germinarán sobre su cadáver, será colonizado por hongos y saprofitos, insectos y otros animales lo llamarán hogar. El árbol renacerá eventualmente de sus semillas y raíces.
Múltiples mundos en un mismo lugar
Probablemente nunca en la historia la distancia entre generaciones ha sido tan vasta. Pienso en la brecha generacional determinada por el desarrollo de la inteligencia artificial y la avalancha de cambios en el acceso a la información. Pareciera que la sociedad humana se ha estratificado en zonas generacionales que difieren unas de otras en su relación con el mundo, el conocimiento, las maneras de usar el lenguaje, las habilidades, la mentalidad, los tipos de participación política y los modos de vida. En un mundo en continuo proceso de intensa globalización (al menos hasta el inicio de la pandemia) las diferencias entre culturas y etnicidades se fueron desdibujando gradualmente, todas las cosas comenzaron a parecerse entre sí y a remedar otras cosas, el abismo generacional se expandió. De manera cada vez más clara y estridente, el conflicto entre jóvenes y viejos está siendo verbalizado, y esto, una vez más, puede ser comprobado con respecto a los efectos de la pandemia, marcados por las diferencias en la manera en que el cuerpo resiste el virus. Pero discrepancias similares habían ocurrido ya en el contexto del debate sobre el cambio climático y la necesidad de prevenirlo. Aquí, también, los jóvenes actuaron en contra de los viejos, acusándolos justificadamente de carecer de pensamiento a largo plazo y estrategias de recuperación. Esta distancia, sin embargo, no es solamente el resultado de un conflicto entre viejos y jóvenes, sino también una extraña incompatibilidad de diferentes grupos etarios viviendo en un mismo espacio.
La separación entre nietos y abuelos es hoy mayor que la antigua separación entre New York y una pequeña ciudad polaca como Sandomierz. Y entre bisnietos y bisabuelos -aquí tendríamos que acudir al símil de distancias interplanetarias en la comparación… Las generaciones individuales de hoy no solo tienen sus lenguajes particulares, sino también sus propios rituales de cada día. Tienen sus propios modos de consumo y modos de vida distintos. Imaginan el futuro en términos diferentes, y se proyectan hacia el mismo de manera particular. La manera en que se relacionan e interactúan con el pasado es también diferente. Mientras que los nietos se sumergen en apps cada vez más novedosas, los abuelos miran sus shows favoritos en la TV. Las burbujas de la internet se expanden al mundo real, y esto se torna particularmente pronunciado cuando involucra a los adultos mayores. Fue particularmente impactante para mí participar de esta subdivisión de los horarios durante la pandemia, cuando entre las diez de la mañana y el mediodía, las personas de más de sesenta y cinco años iban a hacer las compras en las tiendas. Entonces, en la tarde, las únicas personas presentes en las líneas de los mercados se movían en el rango de los treinta y los cuarenta. El comienzo de cierto tipo de distopía lúgubre…
La división de la población en tribus generacionales nos hace comprender cuantas realidades coexisten en el mismo espacio. A veces estas realidades se persiguen mutuamente, se yuxtaponen, se afectan mutuamente, pero permanecen separadas.
El extraño verano de 2020
Tradicionalmente, los grandes cambios han sido resultado de cataclismos y guerras. Aparentemente, justo antes de la Primera Guerra Mundial, las personas tenían el presentimiento de que una era llegaba a su fin, un mundo terminaba. Para muchos, la situación entonces parecía insoportable, aunque aún no eran del todo conscientes de ello. Hoy no alcanzamos a entender el entusiasmo que llevó a las multitudes a las calles para despedir con vítores a los hombres jóvenes que partían para la guerra. El movimiento apresurado de los soldados, amplificado por las técnicas fílmicas de la época, que prácticamente hacían a los soldados lucir como marionetas, sus pasos guiados hacia un lugar más allá del horizonte, donde las trincheras de Verdún y los bolcheviques aguardaban. El orden mundial en su totalidad estaba a punto de deslizarse hacia el abismo.
No repitamos el mismo error.
Hoy, mientras transcurre el extraño verano de 2020, no sabemos qué sucederá a continuación. Parece que incluso los expertos han dejado de hacer predicciones, rehusándose a admitir que se hallan en una situación similar a la de los meteorólogos -incapaces de predecir con seguridad el clima debido a los drásticos cambios en el medio ambiente.
El mundo alrededor de nosotros se ha tornado demasiado complejo, en múltiples ámbitos al mismo tiempo. La respuesta espontánea, de reflejo, que surge ante esto, está alineada con la posición de los tradicionalistas y conservadores que abordan este incremento en complejidad como si fuese una enfermedad o desorden. Como medicina, nos ofrecen nostalgia, un regreso al pasado y obediencia a la tradición. Dado que el mundo se ha tornado demasiado complicado, debemos simplificar. Dado que no podemos asimilar la realidad, debemos lidiar con las peores consecuencias. La añoranza por el tiempo perdido cobra presencia en nuestro pensamiento, nuestra moda, nuestras políticas. En cuanto a esto último, hay una creencia de que se puede revertir el tiempo, y sumergirse en el mismo río que solía fluir treinta o cuarenta años atrás. No creo que pudiésemos ajustarnos a esas vidas que solíamos tener. No tendríamos cabida en el pasado. No la tendrían nuestros cuerpos, tampoco nuestras psiquis.
Innegablemente, la pandemia resultó ser el cisne negro que -como suele suceder con los cisnes negros -nadie esperaba, aquello que lo cambiará todo.
Mi ejemplo favorito de la apariencia súbita del cisne negro son los eventos ocurridos en Londres a finales del siglo XIX. Personas viviendo en una ciudad trágicamente superpoblada y nauseabunda, pensando en el futuro, embargadas por la preocupación de que, en caso de que el tráfico en las calles de la capital británica continuase creciendo a un ritmo frenético, pronto las pilas de mierda de caballo alcanzarían el segundo piso en las afueras de todos los edificios.
Una vez iniciada la búsqueda de soluciones a este problema, se patentaron planes para construir alcantarillas y vertederos especiales, y la satisfacción popular aumentaba con las expectativas de que pronto habría empresas especializadas que se encargarían de sacar la mierda de la ciudad. Y fue entonces cuando apareció el automóvil.
A nivel cognitivo, el cisne negro puede ser un punto de giro, pero no necesariamente porque traerá consigo una crisis económica o hará que las personas sean más conscientes de su fragilidad o su mortalidad. Después de todo, los resultados de la pandemia son muchos y diversos. El más importante de todos, no obstante, según creo, es la fractura de la narrativa, profundamente internalizada, de que controlamos el mundo y somos los dueños de la creación.
Quizás el hombre como especie se siente impelido a exhibir el poder adquirido gracias a su raciocinio o su creatividad, y esto lo conduce a la idea de que es él el más importante -él y sus intereses. Pero desde otra perspectiva, podría sentirse igualmente necesario como miembro importante de una red, como un portador de energía, y por encima de todo, como alguien que será responsable por el mantenimiento de esta complicada estructura. La responsabilidad es un factor que nos permite mantener el sentido de nuestra importancia y no degrada el constructo, armado con gran dificultad a través de los siglos, que afirma la supremacía del Homo sapiens.
Creo que nuestra vida no es solamente una suma de eventos, sino también la compleja red de significados que asociamos a dichos eventos. Dichos significados crean un maravilloso tejido de historias, conceptos, ideas, y pueden ser considerados un elemento -como aire, tierra, fuego, y agua- que determina nuestra existencia física y nos otorga forma en tanto organismos. La historia que nos narramos es entonces el quinto elemento que nos hace ver el mundo de esta manera y no de otra, nos hace entender su infinita diversidad y complejidad, y organiza nuestra experiencia, transmitiéndola de una generación a otra, de una vida a la siguiente.
Kairós
El grabado de Flammarion muestra un momento kairótico. Kairós es uno de esos dioses menores que, en comparación con los olímpicos, parece más bien insignificante, y tiende a revolotear en la periferia de la mitología. Es un tipo de dios peculiar, y su peinado es también peculiar. Es calvo, excepto por un único mechón de pelo que cuelga sobre su rostro, del cual puede ser agarrado cuando se aproxima; una vez que ha pasado, no hay manera de atraparlo. Kairós es el dios de la oportunidad, del momento fugaz, la posibilidad increíble que se abre ante nosotros por un momento y que debe ser aprovechada sin dudarlo (¡agarrándola por el moño!), para que no siga de largo. No ver a Kairós significa perder una oportunidad para la transformación, la metanoia -una que no es el resultado de un largo proceso sino de un momento impregnado de efectos posibles. En la tradición griega, Kairós define el tiempo -no esa poderosa corriente del mismo conocida como chronos, sino más bien el tiempo de la excepción, el momento decisivo que lo cambia todo. Kairós se halla siempre asociado a una decisión hecha por el hombre, y no con el destino o el fatum, ni con las circunstancias externas. El gesto simbólico de agarrar a Kairós por un mechón de su pelo significa que un cambio ha sido puesto en marcha, la trayectoria del destino ha sido revertida.
Para mí, Kairós es el dios de la excentricidad, si por excentricidad entendemos el abandono del punto de vista “centrado”, los caminos previamente trazados del pensar y el actuar, yendo más allá de las áreas bien conocidas y sobre las cuales hay un mutuo acuerdo establecido por hábitos comunales de pensamiento, rituales y nociones estabilizadas acerca del mundo.
La excentricidad siempre ha sido tratada como un capricho, como algo marginal. Pero todo lo que es creativo, brillante, y mueve al mundo en una nueva dirección, debe ser excéntrico. Excentricidad es el desafío, gozoso y espontáneo, de todo lo preexistente, aquello que es considerado normal y obvio -es un desafío al conformismo y a la hipocresía, un acto kairótico de coraje, aprovechando el momento y cambiando la trayectoria del destino.
Hemos desatendido el conocimiento general y perdimos nuestro sentido de percepción holística en alguna parte. Ante nuestros ojos, los últimos escolares de la erudición verdadera están falleciendo -personas como los autores polacos Stanislaw Lem o Maria Janion, capaces de aprehender las afinidades del conocimiento en áreas aparentemente distantes entre sí, grandes excéntricos que fueron capaces de asomarse fuera de la esfera del orden concebido. Hubo una vez, al menos, en que tratamos de comprender el mundo como un todo, construyendo sus visiones cosmogónicas y ontológicas, haciendo preguntas sobre su significado. Pero en algún punto del camino nos fuimos compartimentando, de manera similar al artesano afectado por el proceso industrial capitalista, reducido a fabricar únicamente una parte del producto, ajeno a la totalidad del mismo.
El proceso de subdivisión de la sociedad en burbujas es el resultado de una proletarización total, inimaginable. Nos encerramos en nosotros mismos, y amueblamos con cojines la burbuja donde transcurren nuestras experiencias, bloqueando nuestro acceso a las vidas y los pensamientos de otros. Además, preferimos que sea así, y las otras personas -las personas cuyo entendimiento o incluso su simple percepción requerirían que nos aventurásemos afuera- no nos preocupan mucho.
La esfera pública existe, por supuesto -pero más como una entidad sustituta, una apariencia, un juego, un espectáculo proyectado sobre una pared desnuda, cuyas decoraciones han sido desmontadas por las autoridades y sus rituales. En los centros bien delimitados, los viejos sitios para el intercambio de ideas, ya no hay aire. El ágora ha sido transformada en una colección de surcos y rieles por los cuales nos movemos de manera mecánica. Las universidades han abandonado sus roles, transformándose en un pastiche grotesco de sí mismas -en lugar de crear conocimiento y plataformas de entendimiento mutuo, se han acorazado a sí mismas detrás de muros y portales, regulando el acceso al conocimiento y ocultando celosamente los resultados de sus investigaciones.
Al no ser capaces de ver el todo, permanecemos dependientes de segmentos locales, individuales, del gran rompecabezas que es el mundo -el mundo que nos es dado, y también el mundo que construimos sobre este.
Siento que la literatura, en tanto proceso interminable de contar historias acerca del mundo, posee mayor capacidad que cualquier otro medio para mostrar el mundo con una perspectiva total de influencias mutuas y conexiones. Entendido de la manera más amplia posible, la literatura es, en cuanto a su naturaleza, una red que conecta y muestra la enormidad de la correspondencia entre todos los elementos que participan del ser. Es un modo muy sofisticado y particular de comunicación interpersonal, preciso y a la vez total.
Escribiendo este ensayo, me remito constantemente a la literatura, refiriéndome a Kairós, a Flammarion y el grabado anónimo que este logró desenterrar de manera que sirviese como ilustración para su libro L’atmosphère. Météorologie populaire. Sé que para muchas personas la literatura es considerada un entretenimiento trivial, simplemente “algo para leer”, algo de lo cual se puede carecer sin que ello afecte la posibilidad de tener una vida feliz y exitosa. Aun así, en su sentido más amplio, la literatura es sobre todas las cosas un “Ábrete Sésamo” dirigido a los puntos de vista respecto a otras personas, a las visiones del mundo filtradas a través de la mente inimitable de cada individuo. No puede ser comparada con ninguna otra cosa. La literatura, incluyendo la más antigua y oral, crea ideas y contribuye a delinear perspectivas que se hunden profundamente en nuestras mentes, y luego les da un formato particular, con o sin nuestro consentimiento. La literatura es la matriz de los filósofos (¿qué es El Banquete de Platón si no una obra de excelente literatura?), y es en la literatura donde el filosofar comienza.
Sería difícil crear una visión de la literatura para los nuevos tiempos, especialmente si se tiene en cuenta que aquellos “bien informados” nos dicen que la última generación de lectores ha entrado ya en la edad madura. No obstante, me gustaría que nos otorgásemos a nosotros mismos el derecho de crear nuevas historias, nuevos conceptos, y nuevas palabras. Al mismo tiempo, soy consciente de que, en ese grandioso, fluido, parpadeante universo que es el mundo, no hay nada nuevo. Es solo una configuración variable que establece las cosas en una manera también variable, crea nuevas asociaciones, nuevos conceptos. El término “antropoceno” data de hace treinta años únicamente, pero gracias a este somos capaces de entender qué es lo que nos sucede a nosotros y a nuestro ambiente. Está conformado por dos términos en griego bien conocidos: ánthrōpos (hombre) y kainós (nuevo), e indica hasta qué punto la influencia del hombre se extiende sobre los procesos naturales a escala global.
¿Qué creen del término ognosia?
Ognosia (francés ognosie, polaco ognozja) -un proceso ultrasintético, orientado narrativamente, el cual, reflejando objetos, situaciones y fenómenos, trata de organizarlos en un significado superior e interdependiente; puede compararse con → plenitud. Coloquialmente: la habilidad de abordar los problemas de manera sintética, buscando un orden tanto a nivel narrativo como en los detalles, en las partes más pequeñas del todo.
Ognosia se concentra en lo que se halla fuera de la causa-efecto, y cadenas de eventos extra lógicas, prefiriendo las sincronicidades. A menudo se sugiere una conexión entre ognosia y el conjunto fractal de Mandelbrot → teoría del caos. Es a veces percibida como un tipo de religión alternativa, que busca la fuerza consolidativa no en un ser superior, sino en una entidad menor, “baja” → finalidades y probabilidades ontológicas.
Un obstáculo en términos de ognosia se manifiesta en la inhabilidad para percibir el mundo como un todo integral, esto es, ver todo en aislamiento; lo cual crea una perturbación en la función que permite profundizar en situaciones dadas, sintetizando y asociando hechos aparentemente inconexos.
Construyamos una librería de términos nuevos. Llenémosla de contenidos excéntricos, un esquema de saberes de los cuales el centro no se conoce. Después de todo, careceremos de las palabras, términos, expresiones, frases, y quién sabe si no careceremos también de estilos y géneros para escribir lo que vendrá. Necesitaremos mapas, así como también el coraje y el humor de viajeros que no dudarán en sacar su cabeza fuera de la esfera del mundo-hasta-la-fecha, más allá del horizonte de los diccionarios y enciclopedias que hoy existen. Siento curiosidad por ver lo que ahí encontraremos.