Por Olivia Rico
Lo fugitivo permanece y dura.
Quevedo
Reliquiae en latín significa “restos”, es decir, lo que permanece, lo que se recuerda. No en vano en español una reliquia es el objeto cuidadosamente salvado por la memoria, querido y antiguo. Yo quise recuperar ese significado al nombrar estas notas fechadas (y aun dispersas) que no obedecen más que al tímido orden cronológico, pues ¿qué son si no lo que ha quedado, lo eterno, lo real?
O.R.
28-12-19
Crecer puede estar en algo tan simple como que dos libros que alguna vez se sucedieron en el estante se separen luego, o se olviden.
31-12-19
El último día del año me regalaron un reloj. Imita madera, y es verde. Tiene algo de pequeño árbol, de fósil. Años despúes, alguien me dirá que, en realidad, tiene algo infantil.
22-1-20
Desperté cuando la mañana ya parecía blanca, a esa hora en que el día es como un hijo viejo del alba, espectral, canoso. Desperté como llamada por alguien: en el balcón el viento era humano, regio; se alargaba y silbaba como el quejido de una voz hermosa.
23-2-20
(Ronald, Carlos, José)
Hay una dulzura que asoma en cierta gente en compañía de ciertos amigos. Hoy estuve entre los más dulces, entre las lámparas (que no faltan a los amigos), y alrededor de la mesa de mimbre, hasta que llegó la noche.
19-8-20
La guitarra de mi padre, como el español, suena a piedra, a tierra, a sudor, a un paladar de lengua seca, a un poco de lluvia. Tiene esa dureza desmembrada de la “p”, de la “r”, de la “t”, del barro y de la tarde.
27-2-21
Señalo este verso de algún poema de Borges: “las muchedumbres de quienes duermen con sus padres, según se lee en las páginas de la Biblia”. De noche sueño con muchedumbres de reyes, con un hombre delgado y lúcido que no he visto, y que (imagino) es el Rey David.
21-4-21
(Leyendo los Cantos de Pound)
Los hombres, sentados en los escalones sin prisa, miran hacia abajo las calles de Ecbatana, la ciudad que ha sido construida a semejanza del Universo (la imagen a escala del Universo que se podría dibujar en un mapa, como una ciudad pequeña), y donde todo es recto y consecuente, donde no existe el Caos, donde no existe Dios. He pensado también que la escalinata de Ecbatana ha de estar construida a semejanza del tiempo: el tiempo de las casas y de los niños (que es el tiempo verdadero), donde los siglos pasan como las horas.
29-7-21
José vio la tarde (gris, filosa, como un hielo sucio) y pensó en la teoría de Berkeley sobre el espíritu de Dios, que conoce todas las cosas tal y como son, en sí mismas, porque son ideas en el espíritu de Dios. El espíritu del poeta es el espíritu de Dios estremecido ante las imágenes: la confusión de una certeza prenatal y angustiante, un aprendizaje olvidado, abrumador, eterno.
2-8-21
Mi abuelo y yo subimos a arreglar la azotea antes de la tormenta, antes de que comience la lluvia. La lluvia nos parece un límite antiguo, un enemigo honesto. Las otras azoteas están limpias; nadie se inquieta en las casas. El mismo vagabundo y su perro caminan por el mismo pedazo de barrio como si no tuvieran memoria; las mujeres aún esperan con su pesado bolso al hombro. Sus caras se ven grises e ignorantes, testarudas. Todos parecen víctimas inmóviles, ingenuas, rendidas. Uno no debe mostrarse ufano ante la previsión de una tormenta.
14-8-21
Ayer mi abuelo me pidió que buscara tres escofinas… El nombre repica en la lengua; ese nombre chirriante de herramienta: dobles erre, onomatopeyas veladas. Son tres pedazos de hierro rugosos en un extremo. Una es recta, una cuadrada, una curva. Son como tres gracias, tres musas: tres cuerpos iguales con solo algún trazo diferente; un trabajo para cada una, una función específica e insignificante… Con el paso del tiempo irán desapareciendo una a una y quedará solo esa magnífica Trinidad, indisoluble, inefable.
…
Durante el aguacero, mi abuelo empujaba la palangana fuera del techo con una escoba. La lluvia repiqueteaba en las tejas con ese sonido entre adormecedor e irritante. El mundo parecía extinguirse, cualquier pensamiento resultaba absurdo como ante un dolor, la lluvia parecía un desastre irreparable. Mi abuelo empujaba la palangana suavemente, con las intermitencias y las duraciones exactas de las olas. El último empujón fue duro y extendido, en un esfuerzo. Parecía que echaba al mar la cesta de mimbre de un pequeño Moisés.
25-11-21
Miro las calles y me sorprende que aún se haga de noche, que aún después de siglos se haga de noche o se escuche la lluvia. Ciertas cosas parecen protegidas por algo oculto y débil. Una deidad desconocida previene a estas cosas de morir.
7-2-22
Frente a la nueva casa hay una iglesia y adentro una carpintería. La iglesia es una casa muy grande, con un portal circular y ventanas altísimas, rodeada por un jardín y pinos. Los hombres que trabajan en la carpintería dejan los sillones que reparan en la hierba, la verja abierta y los zapatos en el jardín, y hacen ruidos suaves, precisos. Los golpes de sus herramientas son sabios, se confunden con el ruido de las casas, como un rumor de siesta. He pensado que estos hombres no saben hablar y que estos ruidos son su verdadero y único lenguaje.
22-3-22
El jugo de piña de mi abuela me recuerda al verano: el hule azul sobre los ladrillos, la brillantez caliente pero blanca de los ojos, los pájaros tímidos, que apenas se atrevían a recoger las migajas del pan. Con los dedos limpio las paredes del vaso. La espuma amarillenta del jugo, clara y suave como la del mar, aunque menos límpida, se siente caliente e inmóvil en mi lengua. El sol me quema la espalda de niña.
4-4-22
Me gusta cómo las últimas luces del día pueden durar para siempre o pasar tan rápido como una pequeña nube. Si la contemplas y la guardas, la luz te seguirá por un tiempo más largo, agradecida y llorosa, como un huésped que besa la mano antes de partir.
7-6-22
(Días del ´19)
Aquellos tiempos en que la vida era tan sola, y nadie esperaba por mí, y aún estaba lejos la hora de la cena. Las tardes eran largas, puras; ahora ya se ha ido su mística tristeza.
9-6-22
A veces he imaginado que, con todos mis libros en las manos, voy calle por calle siguiendo las direcciones que tienen en la última página o en la cubierta. Recorro cada barrio viejo, me detengo ante las puertas y contemplo las fachadas (algunas ruinosas, remodeladas, desaparecidas). Leo cada uno de los letreros que debe haber junto a las aldabas, tallados en bronce, como epitafios, y que digan: aquí está Faber and Faber (y una fecha, y algo sobre Eliot), y aquí Porrúa (y una calle de nombre hermoso, consonántico, como las hay en México), y aquí la Gredos, y aquí Boloña, y aquí una olvidada editorial de Buenos Aires… Agoto Europa, América, El Mundo; comprendo y olvido idiomas. Veo lugares y reconozco nombres como quien encuentra flores que nacen a su paso, pero ya viejas, memoriosas.
Pienso esto hojeando mi nuevo libro de Dante y reconozco que hubiera sido mejor de ser un sueño.
24-6-22
I
El olor de las sábanas limpias, cuando mi abuela o mi madre las traen recién dobladas y las dejan encima de mi cama desecha…
II
La casa empieza a oler a casa, quizás gracias a las lluvias…
11-7-22
¿Acaso aquello lejano, distinto a mí que repentinamente me cautiva no es lo que soy, desde hace siglos, o lo que seré, eventualmente? Hay una imagen mía milenaria, como de profundas noches y ciudades laberínticas, que me reúne con el mundo.
25-7-22
Desde la carretera imagino que esta estrecha hondonada de agua azul, que se deshace luego en negras costas, en puertos, en musgo, es aquel pequeño mar que obsesionó a Roma.
4-8-22
¿Qué será de mis abuelos? Recuerdo sus fotografías, porque las fotografías de un tiempo en que aún no habíamos sido son lo único que ha sucedido en el mundo. Miro a mis abuelos, sentados, con paciencia, frente a mí. Su historia se ha perdido.