Por Peter Balakian
Traducción Luna Marina Companioni
Nombre y lugar
1.
Balak en hebreo (devastador)—Rey de Moab
hijo de Zipor (gorrión), aquel que huía siempre
al desierto mientras los israelitas lo perseguían.
Enfurecido, humillado, lleno de savia y vinagre,
buscando al adivino.
2.
Balak (en turco, variante excéntrica) significa joven búfalo—
algo que forja los ríos de la Anatolia,
fósil armenio del mundo, arrojado río abajo.
3.
¿Quién se ahogó al vadear los juncos de la llanura del Ararat?
Allá el cielo es carmín.
Allá la ventana de la capilla se abre al ámbar crudo y a las torcidas cabras.
Allá brilla la obsidiana y los halcones te comen los ojos.
4.
Si pensabas en la diáspora, te imaginabas piedras de esmeralda.
Si pensabas en pantanos de caracoles e insectos magenta,
vadeabas los juncos.
Ur: como deslizar un buen Merlot por el paladar hasta que llega a la nariz.
Ah: aliento de lo desconocido
Tu: también todo, uno mismo y la cara de la montaña.
El alma suda. El azul corta el cañón.
En una cueva, un hombre vivía de hierbas y agua;
el gris del cielo era una visitación;
las hojas habían perdido su canto
los ángeles eran alfa y omega—
5.
Esta carretera va hacia el norte—
no hace falta preguntar dónde estás,
canciones pop sentimentales
se reproducen aleatoriamente del CD
hay un valle, un río, un algo humeante—
si preguntas de qué color es el cielo
¿pudiera alguien decir—despejado, nublado, abierto?
Aquí y ahora
El día llega en franjas de cristal amarillo sobre los árboles.
Cuando te digo que el día es un poema
solo te hablo a ti y solo el cielo escucha.
El cielo está escuchando, tan esperanzador
como yo al caminar hacia las semillas de granada
del viento que sacude el malecón.
Si quieres que el poema lo abarque todo,
camina hacia el almez,
luego camina más allá del malecón.
No estoy lejos de una habitación donde Van Gogh
estuvo enfermo—su cabeza en una almohada
escuchando el paso del mistral,
escuchando las hojas fauvistas golpear
los sarcófagos. Aquí y ahora
el aire del tepidarium besa mi mandíbula
y las palomas que se desvanecían en el azul
me amaron por un segundo, antes que el viento
rompiera las ramas y cayera al río.
¿Qué preguntas te puedo hacer?
¿Cómo el cielo le responderá al viento?
El amanecer no es desgarrador
El mundo no está lleno de amor.
Al salir de Aleppo
¿Cómo el sonido de las campanas atravesó los acantilados
cuando las sedas de los estantes ahogaron el aire—
antes de convertirse en nubes de flores?
Así llegó el día con sus semillas de granada
y sus gritos callejeros; el cura que nos acompañó en la noche
por el cuartel armenio había desaparecido al mediodía.
El cielo que da al patio de la Iglesia de los Cuarenta Mártires
era de un azul helado, donde resonaban AK-47
y las campanas que mi abuela escuchó en otro tiempo.
Dejamos las maletas en el dormitorio y terminamos
en la cafetería donde los trabajadores camuflados
se desplomaban sobre el café y los pistachos dulces.
Nos guardamos un poco de pan pita
en los bolsillos, y algunas aceitunas rotas.
Corriste a un edificio vacío; yo esperé
hasta que las camionetas y los soldados se fueron y algunos
de mis amigos armenios salieron con jarras de agua.
Un tanque se oxidaba—algunas cámaras seguían colgando
de las vallas. Algunas vallas rodaban a lo largo del horizonte.
Jilgueros
En la mañana se veían cabezas amarillas
Y gargantas púrpuras en la ventana;
al mediodía el sol había obliterado
el barro helado de Charlotte Delbo.
Los estambres se abrieron hacia nuestros rostros
y la alfombra de tierra nos lamió con albaricoques
bayas innombrables volaron hacia los cipreses
y los perlados tallos rozaron mis muslos,
antes de que las cuerdas desprendidas de las lenguas
de las aves nos deshicieran los oídos.
Los circuitos crispaban los grandes labios púrpuras
de la clemátide. La luz de San Elmo vibró dentro de mí.
Días después, cuando estoy solo en mi cama,
se abren y cierran los agujeros del cielo.
Original
Name and Place
1.
Balak in Hebrew (devastator)—King of Moab
son of Zippor (sparrow), meaning he who was always running away
into the desert as the Israelites were fast on his back.
Angry, humiliated, full of vinegar and sap,
looking for the diviner.
2.
Balak (in Turkish, eccentric variant) meaning baby buffalo—
something forging Anatolian rivers,
Armenian fossil of the word, flushed downstream.
3.
Who drowned wading in the reeds of the Ararat plain?
There the sky is cochineal.
There the chapel windows open to raw umber and twisted goats.
There the obsidian glistens and the hawks eat out your eyes.
4.
If you thought of diaspora, you were thinking of emerald stones.
If you thought of the marshes of snails and magenta bugs,
you were wading in the reeds.
Ur: like rolling a good Merlot on the palate till it runnels up the nose.
Ah: breath of the unknown.
Tu: also, everything, self and side of mountain.
The soul sweats. The blue knifes the canyon.
In a cave, a man lived on herbs and water;
the sky’s grisaille was a visitation;
the leaves were out of toot sin Jants;
the angels were alpha and omega—
5.
This road goes north—
no need to ask where you are,
sentimental pop songs are stuck in the CD shuffle
there’s a valley, a river, a smoking something—
if you ask what color is the sky
can anyone say—cloudless, clotted, open?
Here and Now
The day comes in strips of yellow glass over trees.
When I tell you the day is a poem
I’m only talking to you and only the sky is listening.
The sky is listening; the sky is as hopeful
as I am walking into the pomegranate seeds
of the wind that whips up the seawall.
If you want the poem to take on everything,
walk into a hackberry tree,
then walk out beyond the seawall.
I’m not far from a room where Van Gogh
was a patient—his head on a pillow hearing
the mistral careen off the seawall,
hearing the fauvist leaves pelt
the sarcophagi. Here and now
the air of the tepidarium kissed my jaw
and pigeons ghosting in the blue loved me
for a second, before the wind
broke branches and guttered into the river.
What questions can I ask you?
How will the sky answer the wind?
The dawn isn’t heartbreaking.
The world isn’t full of love.
Leaving Aleppo
How did the sound of bells come over the cliffs
when the silks on the racks strangled the air—
before they turned to clouds of flowers?
That’s how the day came with its pomegranate seeds
and street screams; the priest who walked us last night
through the Armenian quarter was missing by noon.
The sky over the courtyard of Forty Martyrs Church
was frozen blue, ringing with AK-47s
and bells that my grandmother heard in another day.
We left our bags in the bedroom and wound
up in the boom-box café where workers in camouflage
slumped over coffee and sweet pistachios.
We rolled some parchment-thin pita
in our pockets, grabbed the cracked olives.
You ran into an empty building; I stayed
until the jeeps and soldiers left and some
of my Armenian friends came out with jars of water.
A tank was rusted out—some cameras were still hanging
from fences. Some fences rolled along the horizon.
Finches
In the morning there were yellow heads
and purple throats at the window;
by noon the sun had obliterated
Charlotte Delbo’s frozen mud.
The stamens opened to our faces;
the rug licked us with apricots—unnamed
berries flew into cypress trees
and the pearly stalks grazed my thighs,
before the plucked strings of bird-tongues
peeled down our ears.
The circuits sizzled the big purple lips of clematis.
St. Elmo’s light zinged my funny bone.
Days later when I’m alone in my bed,
holes in the sky open, then close.