Por Louise Glück
Traducción Lenna Escobar
La parábola de los rehenes
Los griegos están sentados en la playa, Preguntándose qué harán cuando la guerra termine. Nadie quiere ir a casa, de regreso a la isla huesuda; todos quieren un poco más de lo que hay en Troya, más de la vida en el límite, esa sensación como si cada día estuviera cargado de sorpresas. Pero cómo explicar esto a aquellos en casa para quienes pelear una guerra es una plausible excusa para la ausencia, mientras que explorar la capacidad de uno para desviarse no lo es. Bueno, eso puede ser enfrentado luego, estos son hombres de acción, listos para dejar conocimiento a las mujeres y niños. Volviendo sobre estas ideas bajo el calor del sol, complacidos por la nueva fuerza de sus antebrazos, que parecen más dorados de lo que eran en el hogar, algunos comienzan a extrañar un poco a sus familias, a echar de menos a sus esposas, A querer ver si la guerra los ha envejecido, y unos pocos se tornan ligeramente inquietos:¿qué pasa si la guerra es solo una versión masculina de adornarse, un juego diseñado para evadir las profundas preguntas del espíritu?Ah, pero no era solamente la guerra. El mundo había comenzado a llamarlos, una ópera que iniciaba con los potentes acordes de la guerra y finalizaba con el aria suspendida de las sirenas. Allí en la playa, discutiendo los diferentes itinerarios para llegar a casa, nadie creía que podía tomar diez años regresar a Ítaca, nadie predijo esa década de insolubles dilemas–oh, incontestable angustia del corazón humano: ¡Cómo dividir la belleza del mundo entre amores admisibles e inadmisibles! En las costas de Troya, ¿cómo podían saber los griegos que ya eran rehenes?: quien una vez retrasa el viaje ya ha sido absorbido; ¿cómo podían saber que de su pequeño número algunos serían retenidos para siempre por los sueños de placer, otros por el sueño, otros por la música?
Parable of the hostages
The Greeks are sitting on the beach wondering what to do when the war ends. No one wants to go home, back to that bony island; everyone wants a little more of what there is in Troy, more life on the edge, that sense of every day as being packed with surprises. But how to explain this to the ones at home to whom fighting a war is a plausible excuse for absence, whereas exploring one's capacity for diversion is not. Well, this can be faced later; these are men of action, ready to leave insight to the women and children. Thinking things over in the hot sun, pleased by a new strength in their forearms, which seem more golden than they did at home, some begin to miss their families a little, to miss their wives, to want to see if the war has aged them. And a few grow slightly uneasy: what if war is just a male version of dressing up, a game devised to avoid profound spiritual questions? Ah, but it wasn't only the war. The world had begun calling them, an opera beginning with the war's loud chords and ending with the floating aria of the sirens. There on the beach, discussing the various timetables for getting home, no one believed it could take ten years to get back to Ithaca; no one foresaw that decade of insoluble dilemmas—oh unanswerable affliction of the human heart: how to divide the world's beauty into acceptable and unacceptable loves! On the shores of Troy, how could the Greeks know they were hostages already: who once delays the journey is already enthralled; how could they know that of their small number some would be held forever by the dreams of pleasure, some by sleep, some by music?